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UN DIOS DE MISERICORDIA

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“Para siempre es su misericordia” (Salmo 136:1, RVA-2015).

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, las Sagradas Escrituras hablan de lo misericordioso que es el Señor. Aunque no pocos piensan que la justicia y el juicio son los atributos que caracterizan por excelencia al Dios del Antiguo Pacto, en realidad el Antiguo Testamento enfatiza muchas veces incluso más que el Nuevo Testamento ese atributo de Dios que es la misericordia. 

La misericordia divina es infinita e inagotable. No tiene principio ni fin, porque es un atributo de un Ser eterno. Jamás ha ocurrido ni ocurrirá nada que pueda hacer que Dios deje de ser misericordioso. El salmista lo expresó en el Salmo 136, cuando cantó que “para siempre es su misericordia”. Dios no será nunca más ni menos misericordioso de lo que ya es. Siendo como es fiel e inmutable, su misericordia nunca cambiará ni sufrirá disminución. 

La misericordia divina es esa capacidad inagotable que tiene Dios de tratarnos siempre en forma compasiva. Esta capacidad ha entrado en acción debido a que Dios se compadece del problema que tenemos, de nuestra culpa por el pecado, y de los sufrimientos que experimentamos por vivir en un mundo caído. 

De la misma manera que la justicia de Dios enfrenta la iniquidad en el juicio, la misericordia divina entra en acción para hacer posible que personas como nosotros, que fuimos rebeldes con Dios, que escogimos andar por el camino ancho que lleva a la perdición, que en otro tiempo andábamos conforme a la carne y no conforme al Espíritu, terminemos, sin merecerlo, siendo aceptados en la comunión del Cielo y disfrutando de las delicias eternas con Cristo. 

“¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan” (Lam. 3:22, NTV), afirma el profeta Jeremías. Esto se debe a que es invariable su disposición a tratarnos favorablemente en todo momento y circunstancia, cada mañana que nos levantamos y salimos a la rutina diaria. Asimismo, el salmista nos recuerda que “de la misericordia del Señor está llena la tierra” (Sal. 33:5, RVA-2015). 

Esto simplemente nos hace entender que, si no fuera por su misericordia, la existencia en este mundo sería un caos, y la esperanza no existiría. 

Nunca lo olvides: todo lo que hemos sido, todo lo que somos y todo lo que llegaremos a ser en Cristo, se lo debemos a la infinita misericordia divina. Gracias, Señor, por este regalo inmerecido que se renueva cada mañana, permitiéndonos vivir confiados en ti.

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