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UN DIOS QUE NO PUEDE SER BURLADO

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“No se engañen, nadie puede burlarse de Dios. Todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gálatas 6:7).

Sin importar cuán avanzado sea un país, siempre hay personas que se las ingenian para burlar la ley y dañar los sistemas y las instituciones. Constantemente, las sociedades necesitan cambiar y mejorar los métodos que tienen para detectar el fraude, el engaño y el delito, y esta es una prueba fehaciente de que no existe sistema humano que no pueda ser burlado por el propio ser humano. Como se suele decir, “Hecha la ley, hecha la trampa”. Pero cuando se trata de Dios, es totalmente distinto: con Dios, la burla a sus principios y leyes, el intento de engañar, la hipocresía y la simulación no funcionan. Podemos engañar a otros, e incluso podemos engañarnos a nosotros mismos, pero “Dios no puede ser burlado”. 

Si tan solo entendiéramos esto y lo creyéramos, lograríamos una coherencia en nuestra manera de pensar y nuestro estilo de vida. Habría la misma sinceridad en ambos. Y cada día, oraríamos así: “Señor, tú me has examinado y me conoces; tú conoces todas mis acciones; aun de lejos te das cuenta de lo que pienso. Sabes todas mis andanzas, ¡sabes todo lo que hago! Aún no tengo la palabra en la lengua, y tú, Señor, ya la conoces. […] Sabiduría tan admirable está fuera de mi alcance; ¡es tan alta que no alcanzo a comprenderla!” (Sal. 139:1-6, DHH). 

Dios lo sabe todo, lo entiende todo, lo descubre todo; Dios es omnisapiente. Dios tiene la capacidad de leer nuestros pensamientos y de entender lo que está en lo profundo de nuestro corazón. Puede entender nuestros motivos más allá de los actos externos, porque conoce a la perfección nuestro pasado, tiene delante de él nuestro presente y puede vislumbrar también nuestro futuro. ¿Qué ser humano puede tener estas cualidades? La Biblia solo dice esto de Dios, y esto lo hace único. Por eso nuestra relación con él debería ser única, distinta y especial. Con una relación así, no tiene sentido tratar de impresionar o engañar a Dios. ¡Tratar de burlarse de Dios es un imposible! Lo máximo que podemos lograr es engañarnos a nosotros mismos. Y qué triste realidad sería esa. 

Hoy, el Señor nos anima a acercarnos confiadamente a él, para oír su voz que nos dice: “Vengan, entonces, y razonemos” (Isa. 1:18). Su propósito es librarnos de la penosa carga de vivir una vida de simulación e hipocresía. Que Dios nos ayude a lograrlo.

 

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