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La palabra telios, traducida en Mateo 5:48 como “perfecto”, significa completo, sin defecto, acabado, maduro, plenamente desarrollado, íntegro. ¡Así es nuestro Dios! Cuando hablamos de los seres humanos, sin embargo, necesitamos reconocer que tenemos defectos y limitaciones. Pero eso no pasa con Dios. Él es completo, íntegro, intachable. En él no hay cualidad alguna que esté aún en desarrollo.
No, ya nuestro Dios es perfecto, en él habita la plenitud de todo lo que es verdaderamente bueno.
Un Dios como él merece toda nuestra confianza y merece ser nuestro ejemplo a imitar, nuestro mejor amigo, consejero y guía. Y aunque la perfección es solo una posibilidad al alcance de Dios, el texto de hoy nos anima a ser nosotros también perfectos, en nuestra esfera humana, así como es el perfecto en su esfera divina.
¿Podremos nosotros llegar a ser perfectos? ¿Puede llegar un punto en nuestra vida en el que podamos decir que ya no tenemos defectos, que estamos completos, que no nos queda nada en lo que madurar?
No se puede hablar de perfección en el ser humano si no es porque Dios obra en nosotros, ya que esa cualidad, propia de él, solo él nos la puede dar. Así que, Dios es la clave en cualquier proceso humano de desarrollo espiritual, de integridad y de madurez. Por eso en Hebreos 10:14 se nos dice que Cristo es el que nos hizo perfectos a nosotros, los santificados, con su ofrenda en el Calvario. El requerimiento de Mateo 5:48 es, por tanto, una invitación a permitir que Dios, por medio de Cristo, pueda hacer la obra que desea para hacernos perfectos en él.
Nuestro Dios es perfecto, completo y sin defecto. Y aunque no podemos desarrollar esa cualidad por nosotros mismos, sí podemos permitir que Cristo viva su vida de perfección en nosotros. De esa manera, en él somos perfectos como nuestro Padre celestial lo es; y este don, como todo don perfecto, desciende de lo alto (Sant. 1:17).
Es el camino de Dios el que es perfecto (2 Sam. 22:31); es el amor de Dios lo que constituye un vínculo perfecto (Col. 3:14); es la Palabra de Dios la que nos inspira, corrige e instruye para que seamos perfectos (2 Tim. 3:16, 17). Nuestra posibilidad de perfección en nuestra esfera depende de que andemos en los caminos de Dios, desarrollemos el vínculo perfecto del amor, seamos instruidos por las Sagradas Escrituras y confiemos en la perfección de Cristo.