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Dios nos da oportunidades, pero el éxito dependerá del buen o mal uso que hagamos de ellas. Por eso, no malgastes tiempo ni energías pidiéndole a Dios éxito, sino pídele que te ayude a identificar las oportunidades que él te da y a capitalizarlas al máximo con un manejo fiel e íntegro de esas oportunidades.
Cuando el siervo de la parábola recibió estas palabras de encomio de parte del “hombre noble” (Luc. 19:12), que sin duda representaba a Jesús mismo, se vio como una persona de éxito, pero todo comenzó con la oportunidad que el propio Señor le dio cuando le entregó el dinero para invertir. Lo que es encomiable es que el siervo se dedicó a multiplicar lo que le fue dado. Notamos que Dios nos anima a ser fieles no porque eso le reporte beneficios a él, sino porque podrá darnos oportunidades más amplias que las anteriores: “Como has sido fiel con este poco, tendrás autoridad sobre mucho más”.
Muchos piden a Dios que les dé algo grande para hacer, mientras dejan de dedicarse a realizar con esmero las responsabilidades aparentemente pequeñas que tienen. A Dios le gusta la gente que es capaz de marcar la diferencia donde están, con lo que tienen, si lo usan sin quejarse de que no tienen suficiente. A Dios le encanta la gente que produce ganancias, para ponerlos en circunstancias en donde puedan generar mucho más aún. Y hablamos en términos espirituales: ganancias para el reino de los cielos. Pide a Dios que te enseñe a invertir tu vida para el Reino, de tal manera que recibas después la recompensa de las recompensas: la vida eterna.
Cuando conoces a Dios, te das cuenta de que estar vivo es una responsabilidad; de que la existencia no consiste apenas en levantarte cada día, vestirte, comer, trabajar, dormir y pasarla bien. Además, Dios te ha dado bendiciones: un cuerpo, tiempo, habilidades, familia, educación, influencia, recursos... Todo eso, que es de él, es un préstamo que te hace porque ve en ti la posibilidad de que lo uses para su gloria.
Un día Jesús va a venir y tendrá una pregunta para ti: “¿Qué has hecho con lo que te presté?”. Ojalá que ese día estés en el grupo de los que escucharán al Señor decirles: “Bien hecho siervo fiel, aquí tienes la gran recompensa, lo que nunca te será quitado”.