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Guardando la distancia que hay entre Dios y nosotros, me gusta pensar que, como todo padre amoroso y comprensivo, Dios sabe que hay cosas que sus hijos nunca lograríamos por nuestros propios esfuerzos. A mí me sucede lo mismo con mis hijos, y supongo que a ti, si eres padre o madre, también. Por ejemplo, hay cosas que me aseguro de no dárselas a mis hijos a menos que se las hayan ganado, porque se trata de algo que ellos pueden lograr. Entonces, ¿por qué dárselo hecho? Mejor permitir que lo intenten y así refuerzo algún valor en ellos. Sin embargo, muchas otras cosas se las doy, porque son mis hijos y me interesa que las tengan, a la par que soy consciente de que por ellos mismos no las podrían conseguir.
Me gusta reflexionar sobre el retrato de Dios que encuentro en el texto de hoy: Efesios 2:8. Puedo sentir que Dios es mi Padre, que me ama, me entiende, y que está pendiente de mis necesidades. Puedo entender que cuando el Padre ve algo que sería para mi bien, y sabe que yo no puedo obtenerlo por mí mismo, entonces, lleno de amor, me lo regala. ¡Así, sin más! A nadie se le ocurre, al recibir un regalo, en lugar de abrirlo, agradecerlo y disfrutarlo, ponerse a preguntar: “¿Dónde lo conseguiste? ¿Por qué este y no otro? ¿No había otra tienda?”
La salvación es un don de Dios; es un regalo que nos da a sus hijos, y no puede ser otra cosa. Porque no hay uno de nosotros que pueda comprarla, mucho menos ganarla o merecerla. La salvación no la obtenemos ni por obediencia o buena conducta, ni tan siquiera porque tenemos fe. La fe no es la fuente de la salvación; la fe es otro regalo que Dios nos hace para permitirnos responder de manera coherente y tangible al regalo de salvación que nos ha dado. La salvación es un don, un regalo derivado única y exclusivamente de la gracia de Dios.
Es natural que un Dios de amor desee que sus hijos se salven, y es también natural que les regale lo que él puede dar y que sus hijos no pueden lograr, comprar ni ganar. También debería ser natural que nos dedicáramos a disfrutar la salvación en Cristo, en lugar de andar tratando de explicarla desde nuestra perspectiva o de ganarla por obras.
¿Te gusta el regalo de Dios? Entonces dale las gracias y disfrútalo. Él se sentirá muy feliz de que lo hagas.