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¡Qué lejos estoy de parecerme a Dios! Él se relaciona con todos los seres humanos y a todos nos trata con la misma justicia, la misma misericordia y el mismo amor. Para él no hay distinción de personas, no existen favoritismos ni parcialidades, no es aceptable la discriminación. Confieso que estoy lejos de ser así. Yo, que solo me relaciono con unas cuantas personas de manera regular, tengo mis favoritos. Favoritos para sentirme bien y favoritos para enojarme; y si tengo que ayudar a alguien, estoy inclinado hacia el primer grupo. Cuánto me queda por aprender en términos de relaciones interpersonales.
A lo largo de la Biblia encontramos que hacer acepción de personas es incorrecto. Dios nos manda en su Palabra que tratemos a todos justamente, sin preferencias, ya sean ricos o pobres; de otra raza o estatus social; de otra confesión religiosa o de ninguna; nos caigan bien o mal; nos hayan tratado con atención o no.
Nuestro modelo para esto es el propio Dios, que no se detiene en convencionalismos sociales, sino que trata con el mismo amor y el mismo respeto a todos, y espera que eso hagamos los creyentes.
Dios no sabe discriminar; no puede ni quiere hacerlo. No existe la posibilidad de que algo o alguien lo provoquen para que se comporte en forma distinta de lo que es su esencia. Cuando la Biblia nos dice que Dios no hace acepción de personas nos está enseñando que esa es una característica esencial de él; por lo tanto, no hay nada que podamos hacer o decir que influya en esa forma que tiene de tratarnos. A Dios no le impresionan nuestras obras, nuestros logros, ni nada en lo que podamos destacar socialmente. El trato de Dios con nosotros está determinado por su invariable justicia, su infinita misericordia y su gran amor. No favorece a unos mientras perjudica a otros, sino que entregó a su Hijo por todos.
¿Y tú? ¿Cómo vas en eso de relacionarte sin hacer distinción de personas? Yo tengo que confesar que, aunque estoy lejos del ideal, disfruto mucho de tener a un Dios que nos trata a todos por igual y que, al hacerlo, pone ante mí el reto de imitarlo. Que el Señor nos ayude a que el amor y el respeto sean los principios que gobiernen todas nuestras relaciones interpersonales de hoy en adelante.