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No podrás negarme que lo que dice el versículo de hoy acerca de Dios es verdaderamente espectacular: Dios es “misericordioso”. Y es interesante resaltar que, “en las trece veces que se utiliza este adjetivo, ‘misericordioso’, en el Antiguo Testamento, siempre se le aplica a Dios”.5 Es decir, que el único ser realmente misericordioso es Dios. ¿Qué nos dice a nosotros esta cualidad divina?
Esta cualidad nos habla de un Dios que, estando en una posición de autoridad sobre nosotros, ha decidido tratarnos con compasión, con bondad y con clemencia. En realidad, todo lo que somos y tenemos se lo debemos a la misericordia de Dios. Es por esa cualidad de él que no hemos sido consumidos, sino que somos perdonados y aceptados como hijos suyos restaurados. Si Dios nos tratara como merecemos, nuestra paga sería la muerte eterna. Pero porque él es misericordioso, nos muestra su gracia. Precisamente la gracia divina es lo que necesitamos debido a que somos pecadores, y esa gracia es el resultado de la misericordia de Dios.
¿Has logrado captar el matiz que diferencia la misericordia y la gracia? Aunque se parecen, no son lo mismo. Gracia es recibir bendiciones a pesar de no merecerlas; gracia es, sencillamente, recibir un favor inmerecido. Misericordia es no recibir el castigo que nuestros pecados merecen. Como decíamos antes, el castigo del pecado es la muerte, pero por misericordia Dios nos ofrece la vida. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia” (Heb. 4:16).
Si alguna vez llegaras a preguntarte hasta cuándo está dispuesto Dios a mostrarte su misericordia, nunca olvides que el Salmo 136 está completamente hecho para recordarnos que la misericordia de Jehová es para siempre. La Biblia añade, además, en Lamentaciones 3:23, que esa misericordia es nueva cada mañana. ¿Quién como nuestro Dios? Cada día tiene hacia nosotros una renovada actitud compasiva, que no se acabará nunca. Estoy feliz de saber que la misericordia de Jehová es real y que llena toda la Tierra. Esto me garantiza que puedo beneficiarme de esa cualidad de mi Dios, y deseo responder a ella con una entrega completa y sin reservas. ¿Y tú?
Digamos con el salmista: “¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!” (Sal. 36:7, RVR 1995).