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DIOS BENDICE LA PUREZA DE CORAZÓN

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“Dios bendice a los que tienen corazón puro” (Mateo 5:8, NTV).

“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?”, se pregunta el salmista, Y responde: “El limpio de manos y puro de corazón” (Sal. 24:3, 4). Parece, pues, que un requisito para entrar al Reino de los cielos es la pureza de corazón. Y esto mismo nos lo recuerda Jesús en el Sermón del Monte: Los de corazón puro verán a Dios” (Mat. 5:8). 

Los creyentes tenemos que desarrollar pureza/limpieza de corazón. La vida cristiana genuina no debe estar basada primariamente en un conocimiento intelectual de la Biblia (aun cuando sea importante), o en un conjunto de creencias que seguir al pie de la letra (aunque tener creencias bíblicas cambia nuestra manera de vivir, haciendo la vida coherente), sino en buscar una experiencia de transformación del corazón. Eso solo es posible a través de una relación personal con Dios, que permita que su poder obre un cambio en nosotros. Pablo así lo entendía cuando dijo: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Cor. 5:17). A esto es a lo que Dios apunta cuando nos habla de la necesidad de que tengamos un corazón puro y limpio. 

La limpieza de corazón libra la fe cristiana de la superficialidad y las apariencias. Dios no dice que son “bienaventurados los que se ven limpios, o hablan bonito”, sino los que tienen puro el corazón. Por supuesto, esto no puede significar una pureza en términos de ausencia permanente de pecado (porque no llegará un día en este mundo en que no necesitemos la gracia de Dios); significa un corazón íntegro, sin divisiones, sin compromisos a medias, sin lealtades compartidas, entregado con sencillez y por completo a Dios. 

El corazón puro es señal de una vida sin dobleces, que abre cada área de la experiencia al señorío de Dios. Significa desterrar del corazón todo lo que desagrada a Dios, todo lo que contamina al ser humano, y llenarlo con “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre” y toda virtud (Fil. 4:8). Es señal de una humildad de corazón que reconoce su impureza y se entrega a Dios porque necesita ser limpiado y regenerado. Es así precisamente como llega a ser puro en Dios. Este tipo de personas transforman su entorno, viven una experiencia cristiana tal que se les hace la promesa de que “verán a Dios” (Mat. 5:8). ¿Quieres tú ver a Dios?

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