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DIOS NOS CUIDA DE LA AVARICIA

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“Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).

Una de las palabras que la Biblia usa para referirse a los bienes materiales es “tesoro”. Otras traducciones al español usan “riqueza” o “riquezas”. En los tiempos de Jesús, las riquezas se medían en términos de bienes, cosechas abundantes o posesión de metales preciosos; hoy en día tiene que ver con abultadas cuentas bancarias, numerosas propiedades inmobiliarias, y ropas y accesorios caros. Y Dios, ¿cómo define la verdadera riqueza? En términos espirituales. 

Dios nos advierte del peligro que corremos cuando damos el lugar central de nuestra vida a la acumulación de riquezas materiales. Primero, quiere que sepamos que los bienes de este mundo no son seguros: se pueden conseguir y guardar, pero de la misma manera se pueden perder o te los pueden quitar. Y, en última instancia, cuando morimos se quedan aquí para ser disfrutados por otros. ¿Qué sentido tiene hacer que el propósito principal de nuestra vida sea la obtención y la acumulación de riqueza? Jesús responde: no tiene ningún sentido. Entonces, ¿por qué habríamos de hacerlo? 

Dios también quiere que sepamos que los bienes de este mundo no son los únicos bienes que existen: existen los tesoros espirituales, aquellos que pertenecen al Reino de Dios. Estos permanecen para siempre; nunca se pierden porque están garantizados por el poder y el amor de Dios, que son eternos; y nadie nos los puede arrebatar. No es que lo material sea malo, es que, si se convierte en nuestra prioridad, ocupará el lugar que solo debe ocupar Dios. A eso se le llama en la Biblia “ídolo”. 

Dios quiere que evaluemos bien en qué invertimos nuestra vida, porque en el momento en que escojamos qué tesoro nos interesa, habremos escogido dónde estará nuestra devoción. Queda claro, entonces, que los bienes de este mundo pueden competir con nuestra lealtad a Dios. Darle el corazón a la riqueza es una forma de idolatría. 

Ser discípulo de Jesús raramente conduce a acumular bienes de este mundo, sino a desprendernos de ellos por el bien del desarrollo del Reino de Dios. Ser cristiano es invertir en los tesoros del Cielo, que es un lugar mucho más seguro; pero a nuestra mentalidad materialista y condicionada por la inmediatez le cuesta comprender esto. Es el Espíritu Santo el que nos va enseñando estas verdades y convenciendo de su importancia. 

¿En qué invertirás tu tiempo, tus energías y tus anhelos? Tienes que tomar una decisión. Y, como ves, es una decisión trascendental.

 

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