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La palabra “lealtad” proviene del latín legalis, que significa “respeto a la ley”.
“Lealtad” hace alusión al comportamiento honrado, fiel y recto de alguien que cumple aquello con lo que se ha comprometido, aun en circunstancias desfavorables para él. Pues bien, la Biblia retrata a Dios como un ser leal. David, en el texto de hoy, está admirado de esta cualidad divina y le parece que es digna de ser alabada. ¿Y tú? ¿Alabas a Dios por la lealtad que te muestra?
Existen notables diferencias cuando se aplica el término “lealtad” a Dios respecto de cuando se aplica a los seres humanos. Nosotros somos leales a alguien siempre y cuando la otra persona también nos sea leal cumpliendo su parte en el acuerdo o compromiso que hemos establecido. Pero cuando la otra parte deja de sernos leal, todo se desmorona. Y viendo lo escasa que es esta virtud en nuestra sociedad hoy, no cabe duda de que la lealtad humana está en crisis. La lealtad divina, sin embargo, es bien diferente.
Dios es leal porque esa es su naturaleza. La lealtad de Dios hacia nosotros no está condicionada a si nosotros cumplimos nuestra parte o no. De hecho, no está condicionada a ninguna cosa fuera de él. Dios no te ha dicho: “Pongámonos de acuerdo, si tú haces esto y aquello y lo de más allá, yo te seré leal”. Dios es leal siempre, sin importar lo que hagas, porque él es leal a sí mismo. Nosotros no somos la causa de la lealtad de Dios, sino los beneficiarios de su lealtad. En el caso de Dios, la deslealtad no sería fallarnos a nosotros, sino negarse a sí mismo, y eso es imposible. La Biblia dice que incluso “si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim. 2:13).
En el Antiguo Testamento vemos cómo la apostasía y los muchos pecados de Israel le atrajeron grandes y terribles consecuencias, pero nunca extinguieron la lealtad de Dios, porque Dios es el mismo siempre. Es por esto por lo que nuestra salvación está segura en Dios: porque Dios es leal no por nosotros, sino a favor de nosotros.
La lealtad divina debe convertirse en nuestra más segura ancla para mantenernos, creyendo que Dios cumplirá cada promesa que nos ha hecho, pase lo que pase. Lo cierto es que tanto nuestra existencia como nuestra salvación se deben exclusivamente a la lealtad de Dios.