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EL DIOS DE LA SANTIDAD

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“La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3).

¡No puede decirse más claro! Pablo no se enreda en explicaciones repletas de palabras para, finalmente, no decir nada. Él no batalla para encontrar la expresión políticamente correcta, sino que simplemente dice lo que le ha sido revelado: la voluntad de Dios es que vivamos la vida en santidad. 

Dios no está negociando aquí con nosotros: está estableciendo el parámetro por el que debemos guiarnos. El mensaje no tiene atenuantes ni grados de intensidad. Es un imperativo absoluto: Dios quiere que seamos santos. Punto. ¿Qué significa eso? Significa que Dios quiere que nos apartemos exclusivamente para él, que vivamos para amarlo y servirlo y que, en procura de ello, nos alejemos de todo lo que nos impida vivir de esa manera. 

El Señor establece que, para alcanzar la santificación, debemos evitar tres cosas: 1) la impureza sexual (“Que os apartéis de fornicación”, vers. 3); 2) la disfunción matrimonial por causa de pasiones desordenadas (“Cada uno sepa tener su propia esposa en santidad y honor”, vers. 4); y 3) las relaciones interpersonales negativas (“Que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano”, vers. 5). Vista de esta manera, la santificación que Dios desea para nosotros no es un estado que se alcanza, sino un ambiente en que se vive. Es por eso que la santificación ocurre en el plazo que dura la vida. Así que, el plan de Dios apunta a nuestra vida como un todo, no solo a un ámbito o a una porción de ella. La vivencia de la religión no es ir un día a la semana a la iglesia y nada más; en realidad, es un filtro que debe permear todas nuestras relaciones humanas. 

Más de una vez hablamos de la voluntad de Dios confundiéndola con nuestros planes y deseos. A muchos se les enseña que la voluntad de Dios es hacerlos prosperar materialmente o evitarles el sufrimiento y la enfermedad. Es natural que, enseñando estas medias verdades, las iglesias estén llenas de personas que andan buscando esas ofertas, y no necesariamente a Dios. Es más fácil pertenecer a una iglesia que vivir en santidad delante de Dios. Pero Dios ha hablado claro: él nos llama a la santidad; esta es la meta que debemos procurar, utilizando todos los recursos que el Señor ponga a nuestra disposición. Si nuestra santificación es voluntad de Dios, él nos ayudará a lograrla. 

Cuando el esfuerzo humano coincide con la voluntad divina, el resultado es la victoria para el ser humano y para la gloria para Dios.

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