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DIOS TE AYUDA CUANDO ERES TENTADO

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“Puesto que él mismo sufrió la tentación, es poderoso para ayudar a los que son tentados” (Hebreos 2:18, RVC).

¿Te has imaginado alguna vez cómo sería tu vida si no tuvieras tentaciones? 

Imagínate vivir sin tener pensamientos indebidos, deseos incorrectos, sentimientos negativos e intenciones malignas. ¡Así da gusto vivir! Pero volvamos a la realidad: somos tentados constantemente, tanto por Satanás como por nosotros mismos, es decir, por nuestras propias concupiscencias (ver Sant. 1:14). 

Siempre he pensado que lo más difícil de la vida cristiana no es creer en Cristo, sino luchar conmigo mismo, con mi inclinación natural al mal, con la constante posibilidad de fallarle a mi Dios. Por eso también creo que lo que este versículo me dice es crucial para la experiencia cristiana: “Dios es poderoso para ayudar a los que son tentados”. Ese es el Dios que necesitamos, uno que no solo nos quiera mucho, nos dé buenos consejos y nos ofrezca un futuro glorioso, sino también nos entienda cuando estamos siendo tentados, que sepa cómo ayudarnos y que tenga el poder de hacerlo. 

La capacidad divina para entender al ser humano y ayudarlo en la tentación viene del hecho de que, cuando tomó la naturaleza humana, también sintió toda la fuerza de la tentación. “Tentación” no es un concepto desconocido para Dios; no es algo acerca de lo cual tiene que leer para saber en qué consiste, o estudiar para poder ayudarnos. “Tentación” es algo con lo que lidió y a lo cual venció. De otra manera, no podría comprender cuán difícil es la tentación para nosotros. 

El texto de hoy no solo nos recuerda que Dios puede ayudarnos cuando estamos siendo tentados, sino que además nos ayuda en forma poderosa. Por eso, cuando enfrentes cualquier tentación (o si ahora mismo estás enfrentando alguna) ten la seguridad de que Dios te dará la victoria. La victoria de Cristo es la seguridad de tu victoria. Su poder no solo consiste en entender el origen, la naturaleza y la fuerza de la tentación, sino en que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecar. 

“No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15); “por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25).

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