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DIOS ES LUZ

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“Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5).

“Dios es luz”. Estamos ante una de las declaraciones más reveladoras de las Escrituras respecto del carácter de Dios. Él se retrata así para nosotros porque desea que caminemos en su luz. 

Una de las asociaciones que hace Juan con respecto a la luz es que es amor: “El que dice que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en tinieblas” (1 Juan 2:9). Por eso, “si vivimos en la luz, así como Dios vive en la luz, nos mantendremos unidos como hermanos” (1 Juan 1:7, TLA). Podemos decir entonces, sin temor a equivocarnos, que la luz de Dios se refleja en el amor. ¿Amas a Dios? ¿Amas a tus hermanos, tanto a los que te caen bien como a los que te caen mal? Caminar en la luz es vivir en el amor de Dios, que nos aleja de las tinieblas del pecado. 

Según Juan, no es que Dios sea como la luz o que se parezca a la luz, sino que él es luz, es decir, que es todo esplendor, todo hermosura, todo gloria, todo amor. 

Dios deslumbra. Cuando pensamos en algo brillante y glorioso, pensamos en la luz y por eso la luz nos da una vislumbre de cómo es Dios. “Luz” es una palabra perfecta para describir la justicia y la pureza divinas. 

Saber que Dios es luz es entender que se muestra a nosotros, que no se esconde. 

La luz no sabe esconderse; al contrario, su presencia lo revela todo. Por eso en Dios no hay ningunas tinieblas. Todo en él es luz, es decir, santidad, pureza y dignidad. 

Siendo que Dios es luz, la vida de quienes entran en relación con él cambia radicalmente. Esas personas se vuelven más sensibles a su condición y pueden identificar esos aspectos de sus vidas que deben cambiar, rindiéndolos al Señor. 

Cuando el Dios que es luz llega a nuestras vidas, las tinieblas se van y nos convertimos en hijos de la luz. Esto es lo que significa llegar a ser nueva criatura en Cristo Jesús (2 Cor. 5:17). 

Saber que Dios es luz lo hace digno de nuestra confianza cuando se trata de permitirle guiar nuestras vidas. El Señor nos dice en Proverbios 23:26: “Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos se deleiten en mis caminos”. Él puede decir esto porque sus caminos son caminos de luz, y por eso deleitan al transeúnte que, en medio de las tinieblas de este mundo, se fija en ellos.

 

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