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JESÚS ES EL SACRIFICIO

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“Jesucristo se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean perdonados; y no solo los nuestros, sino los de todo el mundo” (1 Juan 2:2, DHH).

Una de las razones por las que la Biblia nos regala tantos retratos del carácter y la naturaleza de Dios es porque no hay una sola palabra o imagen que pueda decirlo todo de él, o ayudarnos a entender todo lo que él representa. Observando todos los retratos bíblicos es que podemos llegar a captar todo lo que Dios es y significa para este mundo y los que en él habitamos. 

Juan nos dice en el pasaje de hoy que Jesús es el sacrificio/propiciación; que él mismo se ofreció por nuestros pecados con la intención de que pudiéramos ser perdonados. Para entender lo que esto significa, necesitamos primero entender lo que el pecado hace o causa en nosotros. 

En primer lugar, el pecado nos condena, pues nos convierte en transgresores de la Ley de Dios y merecedores de la paga del pecado, que es la muerte (ver Rom. 6:23). Cuando la Biblia dice que Cristo es nuestro sacrificio/propiciación, está diciéndonos que él es el pago por la deuda que tenemos con la Ley, por haberla violado. La Ley exige muerte, y él murió por nosotros. Ahora, en Cristo, no hay condenación para los que lo aceptan (ver Rom. 5:1). 

En segundo lugar, el pecado nos separa de Dios (ver Rom. 3:23) porque, al rebelarnos contra él, queda dañada y rota la relación que teníamos. Cristo es nuestro sacrificio/propiciación, porque él proveyó el medio para que Dios pudiera perdonar nuestra rebelión y se produjera la reconciliación de nosotros con Dios, quedando así restaurada la relación. Esto es algo extraordinario, porque significa que Dios mismo provee el medio para perdonarnos una ofensa que le hicimos. Es él quien se convierte en puente para que podamos regresar a encontrarnos de nuevo con él mismo. ¡Asombroso! 

Finalmente, el pecado nos esclaviza y domina. Cristo, como sacrificio/ propiciación, tiene poder no solo para perdonarnos, sino también para “limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). No solo nos libra de la condena, sino también nos quita el gusto por el pecado que nos domina y nos destruye. 

¿Sabes qué? El poder de Dios para hacer estas cosas es tan grande que puede hacerlo en todos los seres humanos. Si ves el mal en ti y en todas partes, no olvides que también la gracia salvadora de Dios es universal. Dios es todo lo que necesitas, y todo lo que necesitan aquellos con quienes te relaciones hoy.

 

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