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La maravillosa noticia de que Dios nos perdona nos resulta difícil de aceptar sin albergar dudas. “¿Merezco yo ser perdonado? ¿De verdad Dios me puede perdonar este gran pecado y yo puedo empezar de cero?”, pensamos. Somos como el hijo pródigo, que se dirigía hacia el padre tan consciente de su pecado que él mismo había diseñado el castigo que merecía: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Luc. 15:19).
Así pensamos a veces. Nos parece que las opciones de que podamos ser perdonados son mínimas: “Si no sirvo para esto, entonces me toca esto otro”. “Está claro que yo no soy bueno, así que, soy malo y siempre lo seré”. “Si fallé, debo ser castigado”… Pero fíjate en la forma en que la Biblia anuncia el perdón de Dios: “Como la altura de los cielos sobre la tierra” (Sal. 103:11), “cuanto está de lejos el oriente del occidente” (vers. 12). Estas son expresiones que nos aseguran que la misericordia y el perdón de Dios son totales. Si te fijas, se trata de puntos o lugares que están tan lejos el uno del otro que nos comunican la idea de algo infinito e inmensurable. Así de infinito es el amor de Dios por ti; así de inmensurable es la medida del perdón que te ofrece. Acepta ese perdón. Deja ya de sufrir por causa de la culpa y la vergüenza.
La manera en que el padre trató al hijo pródigo nada tuvo que ver con los pensamientos que el hijo albergaba en su cabeza ni con los temores que albergaba en su corazón. El padre le dio perdón total y restauró por completo la relación entre ambos, “porque este, mi hijo, muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado” (Luc. 15:24). Esto mismo es lo que te ofrece hoy a ti: redención, transformación, salvación, restauración de esa relación de Padre (Dios) e hijo (tú). Si lo aceptas.
Cuando tenemos dificultad para aceptar el perdón de Dios, lo más probable es que tengamos los ojos puestos en nuestros pecados; por eso, al igual que le sucedía al hijo pródigo, no nos cabe en la mente que podamos ser aceptados como antes. Tenemos que apartar la vista de nosotros y ponerla en la misericordia de Dios. ¿Ya lo visualizas saliendo a tu encuentro, corriendo para abrazarte? Te vestirá con la mejor ropa: su gracia; te dará un precioso anillo: la restauración; y hará fiesta. Porque hay gozo en el Cielo cuando un pecador se arrepiente y es perdonado (ver Luc. 15:7).