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El retrato de Dios como padre es de las pocas imágenes humanas que nos ayudan a entender algunos aspectos del carácter de nuestro Dios. De hecho, Jesús llamaba a Dios de esa forma y, en su Oración Modelo, nos enseñó a dirigirnos a él de igual manera: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mat. 6:9).
El salmista también utiliza como referencia a un padre, en este caso para ayudarnos a entender la compasión de Dios. En el Salmo 103, cuando nos da la razón para tanto amor, lo explica simplemente diciendo que se debe al corazón de Padre que tiene nuestro Dios. Ahora bien, tenemos que puntualizar que se trata de un buen padre.
Una de las cualidades de un buen padre es la compasión que siente por sus hijos. La compasión es el sentimiento de pena o dolor que se experimenta ante la desgracia o el mal que padece otra persona. En el caso de un padre, esto se da en un nivel muy profundo cuando el objeto de la compasión es un hijo. Desde el momento en que el padre ve a su hijo llegar a este mundo, de inmediato se siente desbordado por el hecho de que ese pequeño ser depende totalmente de su cuidado, y de que su misión en la vida es proveer para todas sus necesidades y asegurarse de que esté bien. Desde ese momento en adelante, la compasión hará que prácticamente todo lo que le ocurra al hijo lo sufra el padre, para felicidad o para tristeza.
Como padre que soy, he sentido en ocasiones el deseo de que un dolor o una enfermedad que he visto en mis hijos pudiera transferirse a mí, para que ellos no tuvieran que sufrir. Esto es algo natural en alguien que tiene corazón de padre. Y esto es precisamente lo que el salmista quiere que entendamos y creamos acerca de Dios: es natural para Dios amarnos y tratarnos con compasión (no con lástima, sino en el sentido de con-padecer, es decir, padecer con nosotros, sufrir con nuestros sufrimientos). Aun cuando la compasión es algo extraño entre nosotros, en el corazón de padre de nuestro Dios es un sentimiento que ha estado y estará ahí desde la eternidad y hasta la eternidad (ver Sal. 103:17).
Dios te ama, le duele tu dolor y no quiere que sufras. Así es su naturaleza. Él es un buen Padre y tú eres su hijo amado.