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¿Qué pensará Dios de nosotros cuando nos ve tomar un camino diferente del que él nos ha indicado, sabiendo cuán débiles somos? ¿Qué pensará al ver que nos rebelamos contra él y tomamos actitudes marcadas por el orgullo, la arrogancia o la apatía, cuando él sabe que, si nos deja, desapareceríamos? Los pensamientos de Dios hacia nosotros son de misericordia y piedad, porque así es su naturaleza. Él es bueno, él es amor, y eso no está condicionado a nada ni a nadie. Pero, además, él nos trata así porque sabe que somos pequeños, imperfectos, vulnerables… Dios sabe que “somos polvo”. En cambio, a nosotros con frecuencia se nos olvida.
Lamentablemente, la mayoría de nosotros vivimos como si lo que más importara en este mundo fuera lo material. Vivir así nos lleva a sentirnos el centro del universo, seguros en nuestra experiencia diaria. Y nos comportamos como si tuviéramos en nuestras manos el control de todas las cosas; como si fuéramos los dueños y no meros mayordomos; como si no necesitáramos de Dios, sino solo de nosotros mismos. Olvidamos que somos polvo. ¡Si tan solo nos viéramos como Dios nos ve!…
Muchas veces, Dios no contesta nuestras oraciones con un sí porque se acuerda de nuestra condición y sabe que, por nuestra vulnerabilidad, no nos conviene recibir lo que pedimos. Otras veces permite que pasemos por momentos de purificación y refinamiento, porque sabe que somos polvo y que necesitamos ser fortalecidos en su poder. Nuestro Dios nos conoce mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos, puede ver lo que somos detrás de las máscaras que nos ponemos. A él no le engañan nuestros intentos por aparentar, ni olvida que, en realidad, somos polvo. Pero tiene misericordia de nosotros, nos perdona y nos trata con compasión, porque sabe que nuestra condición no podría recibir sin esos filtros su justicia, su juicio, y mucho menos su ira.
Dios conoce perfectamente bien cómo somos, y nos lo recuerda para que nosotros tampoco lo olvidemos. Es importante tener en mente nuestra realidad y dejar de autoengañarnos. Pero también es realidad que él nos ama a pesar de nuestras fallas. Y si bien el amor que Dios nos dispensa nos atribuye gran valor, también es cierto que a la luz de ese amor deberíamos vivir en humildad y obediencia.