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Por naturaleza, a la hora de relacionarnos con personas, situaciones y objetos, todos estamos orientados a buscar algo que nos beneficie. Así es nuestra naturaleza egocéntrica. Este patrón de pensamiento lo aplicamos incluso a nuestra relación con Dios: somos atraídos por la idea de que de él podemos recibir innumerables beneficios. Dios sabe que así somos, y ha llenado su Palabra de promesas de recompensas que están reservadas para aquellos que lo buscan, aun cuando el pecado ha hecho de nosotros seres egoístas.
Desde el momento en que somos aceptados por Dios y perdonados por él, hasta ese día en que nos llevará a vivir con él a las mansiones gloriosas por la eternidad, la realidad es que la experiencia del cristiano está marcada por las interminables recompensas que recibimos como resultado de nuestra relación con Dios, y por las que nos aguardan en el mundo venidero. Un Dios que recompensa es uno de los mejores y más atractivos retratos que tenemos de él. Siempre y cuando reconozcamos que, como seres humanos, nuestra vida es un verdadero manojo de necesidades, lo mejor que nos puede pasar es creer con todo nuestro corazón que las recompensas de Dios están diseñadas para suplir esas necesidades.
Dios quiere que sepamos que él recompensa, y es importante notar que este hecho aparece ligado en el texto de hoy a la fe. Muchas de las recompensas de Dios son recibidas por la fe, teniendo la certeza de ellas, incluso sin poder explicarlas, y sintiendo la seguridad de que las recibiremos, aun cuando muchas no las hemos visto ni oído ni han subido a nuestro pensamiento. Eso es precisamente la fe: “La certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1).
En función de nuestra medida de fe, Dios va construyendo y fortaleciendo nuestra experiencia con él. Y de esa fe resultará un tipo de relación con él basada en la confianza, la dependencia y la obediencia, que terminará por agradar a Dios y por hacernos receptáculos de sus recompensas. Se trata entonces de un círculo virtuoso de fe y salvación. Y como puedes ver, hasta creer que Dios recompensa tiene recompensa. Por eso este es un buen día para pedir al Señor que nos dé la fe suficiente para creer que, precisamente hoy, seremos recompensados por buscarlo de todo corazón.