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Una de las cosas que más les gustan a los padres es ponerles nombre a sus pequeños que están a punto de nacer. Es tan interesante hacerlo, que mucha gente aprovecha la oportunidad de tratar de influir para que les pongan determinado nombre a niños que ni siquiera son hijos suyos. Los padres buscan ayuda en diferentes listas de nombres, discuten la belleza de unos y otros, y en muchos casos eligen uno que esté relacionado con la historia o las creencias de su familia. De manera similar a los padres humanos, una de las formas en que Dios muestra cuánto nos ama es permitiendo que se nos llame “hijos” suyos. Es uno de los privilegios del nuevo nacimiento: “A todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Si alguien muy, pero muy importante para ti dijera delante de muchas personas que tú eres como un hijo para él, ¿qué mensaje crees que estaría tratando de dar?
Primero que todo, estarás de acuerdo conmigo en que con ello te estaría diciendo a ti que te ama, pues, salvo muy raras excepciones, todos los padres aman a sus hijos. También te estaría diciendo que está pendiente de ti, que está dispuesto a ayudarte en lo que te haga falta, y que le importa cualquier cosa que te pase. Te estaría diciendo que desea compartir lo que tiene contigo. Por otra parte, esa persona también les estaría diciendo a todos los presentes que la relación que tiene contigo es distinta a cualquier otra relación, porque es muy cercana, especial, íntima e indestructible. Dos amigos pueden dejar de ser amigos, pero un padre y su hijo siempre estarán unidos por ese vínculo.
Apliquemos todo esto a ese sencillo acto divino de ponernos el nombre de “hijos” suyos cuando creemos en Jesús y experimentamos el nuevo nacimiento.
Con ello nos está dando una gran muestra del amor que nos tiene; también nos está diciendo que está pendiente de nosotros, dispuesto a ayudarnos, al tanto de todo lo que nos pasa, y declarando públicamente que desea compartir su Reino con nosotros y que nuestra relación es especial. ¡Qué bendición la nuestra! Con razón Juan, asombrado ante tal privilegio, nos dice: “¡Mirad!” ¿Has mirado ya? ¿Has reflexionado ya en el privilegio que supone ser llamado “hijo” de Dios? Es un mensaje precioso el que el Padre te está dando.