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Una de las experiencias más frustrantes es pasar por un momento de apuro, calamidad, maltrato o injusticia, y no poder ver que Dios actúe para ayudarnos o para imponer justicia en tiempo real. Por eso uno de los retratos bíblicos de Dios que menos nos detenemos a ver es el que nos lo presenta como guardando silencio, o dicho de otro modo, retrayendo su mano.
Detente a pensar en cuál es tu idea de Dios. Lo más probable es que concibas a Dios como un ser todopoderoso, que ama a sus hijos, que los ayuda en todo momento y que nunca los abandona. Estos conceptos no tienen nada que ver con una actitud pasiva, silenciosa o ausente, y por eso nos cuesta creer que Dios está con nosotros cuando nos sentimos solos. Lógicamente, ¿quién quiere un Dios que no lo ayude en los momentos de apuro? ¿Para qué servir a un Dios que no me defiende cuando me atacan?
Este es el dilema que plantea el Salmo 74, escrito en un contexto en que el pueblo de Israel estaba pasando por una serie de calamidades que culminaron con la destrucción del Templo. Le parecía al salmista que Dios se había escondido, que no estaba haciendo nada, a pesar de que los enemigos de su pueblo ya no solo se metían con los israelitas, sino también habían ofendido el mismo Templo de Dios.
Miles de años después, todavía muchísimos buscan a un Dios de respuestas inmediatas que se manifieste visiblemente a su favor tan pronto como se necesite.
Nos seguimos resistiendo a la idea de un Dios que tenga sus propios tiempos y maneras de hacerse notar. El problema con este tipo de relación con Dios es que cuando él no hace conforme al plan que tenemos en mente, nos asaltan la frustración y la duda. Pero el Salmo 74 nos recuerda poderosas y buenas razones para seguir confiando en Dios, aun cuando no lo sintamos:
•Dios está comprometido con tu salvación (vers. 12).
•Abrió un camino seco en medio del mar (vers. 13) y abrirá un camino para ti.
•Él tiene control sobre el tiempo y sobre todo lo creado (vers. 13-17).
•Él ha hecho un pacto con su pueblo (vers. 20).
El problema no es que Dios se pueda ir a un lugar donde se olvide de nosotros, el problema es que nosotros no tengamos la fe suficiente para confiar en que siempre está ahí.