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Hace mucho se discute la diferencia entre existir y vivir. Hay quienes ven el existir como el hecho de estar simplemente en este mundo, mientras que el vivir tiene que ver con el disfrute y el aprovechamiento de esa existencia. En otras palabras: vivir es encontrar el sentido a la existencia y hacer algo con ella que nos permita alcanzar ese propósito.
Muchos pensadores han encontrado que la búsqueda insaciable del placer por parte del ser humano es un indicador de que algo falta en su existencia que les hace sentir que no viven plenamente. Por ejemplo, William Barclay, el gran teólogo cristiano, menciona a un famoso médico que aseveraba que “la humanidad llegaría a encontrar la cura del cáncer más rápidamente que la cura del aburrimiento”.
Tendríamos que admitir que hay una enorme diferencia entre existir y vivir cada momento con sabiduría y propósito.
El retrato que Juan hace de Cristo en el texto de hoy tiene gran significado para nosotros. Juan nos dice que, en un acto de amor, Dios envió a Jesús al mundo para que tengamos vida por él. Antes de haber venido Cristo apenas existíamos, pero no estábamos plenamente vivos, pues bíblicamente hablando, vivir resulta de tener una relación personal con Cristo. “El que tiene al Hijo de Dios, tiene también la vida; pero el que no tiene al Hijo de Dios, no la tiene” (1 Juan 5:12, DHH).
Lo que hace Cristo para darnos vida es mostrarnos el propósito de la existencia, porque la posibilidad de pasar de la simple existencia a la vida plena comienza por entender por qué y para qué existimos. Luego, nos da las fuerzas para alcanzar ese propósito. No son pocos los que, teniendo conocimientos, inteligencia e ideales para vivir, no pueden concretarlos y, en lugar de vivir, vegetan.
Además, Cristo nos da también la paz; esa paz que resulta de saber que ya no estamos condenados ni alienados de Dios; esa paz que puede enfrentar las circunstancias negativas que amenazan con convertir nuestra vida en una existencia sin sosiego; esa paz que nos permite seguir confiando en el plan de Dios para nuestra existencia. Es por esto que Jesús puede decir categóricamente: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).