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En 1886 nació en Suiza Karl Barth, quien llegaría a ser uno de los más influyentes pensadores cristianos del siglo XX. Prolífico teólogo, profesor y escritor, en 1935 Barth, que para entonces era catedrático en una universidad alemana, se negó a firmar un panfleto que se hizo en la Alemania nazi, lo que le costó ser expulsado de su cátedra y que se prohibieran sus obras en ese país. Barth llegó a escribir, refiriéndose a Hitler, que “en este mundo no hay ningún káiser (emperador), ni ningún führer (líder, caudillo); que solo Dios es Dios”. Cuando alguien le preguntó qué le habría dicho a Hitler, contestó: “Le hubiese dicho: ‘Jesucristo murió por tus pecados’”. ¿Será posible que la muerte de Cristo también sirviera para pagar los pecados de personas como Hitler, Nerón, Judas, o tantos otros que podemos añadir a esa lista? ¿Tiene límites la gracia de Dios para salvar a “ciertos” pecadores?
Lo que nos dice Pablo en su Carta a Timoteo es que Cristo vino al mundo precisamente con la misión de salvar a los pecadores, y esta afirmación no establece cantidad o tipo de pecado que la gracia de Dios no pueda cubrir o alcanzar.
La Biblia no oculta que los hombres y las mujeres con los que Dios obró a través de la historia fueron grandes pecadores. David fue asesino y adúltero; Pablo, un fanático religioso y perseguidor de quienes no creían como él; Abraham, Jacob, Betsabé, María Magdalena, Pedro y otros, que son hoy nuestros héroes de la fe, tenían antecedentes y pendientes con la ley no solo de Dios sino incluso de los hombres.
Es posible que la gracia nos resulte escandalosa, porque en el ámbito humano “el que la hace la paga”, pero nos escandalizamos porque confundimos la gracia al pensar que Dios está anunciando que todo el que sea pecador será salvo, cuando lo que está diciéndonos es que él tiene el poder y la disposición de salvar a todo pecador que acepte su condición y se acoja a su gracia o regalo de salvación.
Cuando Pablo dijo que Jesús vino a salvar a los pecadores, de inmediato se aseguró de añadir: “De los cuales yo soy el primero”. La pregunta no es si Dios puede salvar a un pecador como tú, sino si un pecador como tú reconocerá su realidad y aceptará la salvación que Dios ofrece.