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DIOS TE RECOMPENSA CIEN VECES MÁS

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“Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mateo 19:29).

¿A qué creyente no le atrae la idea de recibir una recompensa de parte de Dios? Por eso el Señor, que nos conoce tan bien, quiere que sepamos que en la vida de fe nada es en vano. Nos esperan las más grandes recompensas que puede dar empresa alguna. La promesa es cien veces más, y al final la vida eterna. 

 

Una de las maneras en que Dios muestra su amor es dándonos una recompensa por haber sido fieles por la fe. De hecho, acompaña sus mandamientos con promesas de bendición. Aunque, en realidad, si lo que hacemos es nuestro deber, no deberíamos esperar recompensa alguna por ello. Si las recibimos no es porque nos corresponden, sino porque Dios nos inspira y motiva dándonos ese trato amable y bondadoso. 

 

Los seres humanos, en todos los tiempos, han mostrado interés en la recompensa que Dios tiene para sus hijos. Por ejemplo, al apóstol Pablo le gustaba referirse a la maravillosa corona de la vida que, de acuerdo con sus palabras, le estaba reservada, y se la daría el Señor, el juez justo, en aquel día; y no solo a él, sino también a todos los que aman su venida (lee 2 Tim. 4:8). El apóstol Pedro, dirigiéndose a los ancianos, dijo: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona inmarcesible de gloria” (1 Ped. 5:4). Por su parte, Santiago escribe a sus lectores acerca de la corona de vida que Dios ha prometido a los que lo aman (lee Sant. 1:12). Y Juan, el discípulo amado, da a la iglesia de Esmirna el siguiente mensaje de parte de Cristo: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apoc. 2:10). 

 

Todas estas evidencias muestran que el tema de la recompensa de parte de Dios a sus hijos recorre toda la Biblia. El propio Cristo lo usó para animar a la iglesia y a los cristianos en forma individual. Los apóstoles lo creyeron, lo esperaban y lo predicaban; y en el tiempo de los patriarcas y los profetas no fue diferente. “Todos estos, hasta morir, vivieron por la fe, sin haber recibido las promesas, mirándolas de lejos, saludándolas y confesando que eran peregrinos y forasteros en la tierra” (Heb. 11:13). 

 

Las recompensas de Dios son también para ti. Créelo. Por eso, cuida tu relación con Dios y espéralas cada día de tu vida. Aquel día pronto llegará.

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