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EL DIOS DE TODAS LAS NACIONES

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“Vendrán muchos del Oriente y del Occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8:11).

La salvación ganada por Cristo en la Cruz no fue concebida para un solo país o una sola raza. El plan de salvación fue creado para todos los seres humanos. 

 

Jesús nunca permitió que lo identificaran con el complejo de exclusividad religiosa que demostraban los judíos, y siempre presentó este asunto en su correcta perspectiva. Si miramos su ministerio, veremos que habló de la salvación con los samaritanos, que atendió la necesidad de una mujer fenicia, que respondió al pedido de ayuda de un soldado romano, y que, incluso en su propio juicio, intentó ayudar al gobernador romano Pilato. Jesús nunca tuvo reparos en reconocer a un hombre o una mujer de fe cualquiera fuera su procedencia. Alabó a la mujer fenicia por la grandeza de su fe; y no solo reconoció la fe del centurión, sino también dijo que no había en todo Israel una fe que se le pudiera comparar. Estos momentos retratan a nuestro Dios en una forma que nos ayuda a entender que él no tiene hijos favoritos. Si Dios escoge a una persona, a una nación o a una iglesia, lo hace simplemente para darles una misión específica para cumplir en un tiempo determinado, y nunca para dar a entender que los tales tienen ventajas a la hora de conseguir un asiento en la Cena del Cordero. El mismo Jesús expresó: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos” (Mat. 28:19, DHH). 

 

Para Dios no hay países, culturas ni razas superiores. Si así fuera, hubiese conformado su iglesia con personas de un solo grupo. Pero para formar su pueblo, Dios ha traído a gentes de todas las naciones, de todas las razas y de todas las culturas; y con ellas, ha hecho un pueblo escogido, un real sacerdocio, una nación santa (lee 1 Ped. 2:9). Esto es algo distinto. No entran en juego la procedencia, el idioma o el color de la piel; se trata de una nación que no se parece a ninguna otra y, aunque podemos venir a ella con las características del lugar desde donde fuimos llamados, al llegar debemos entender que nos deben identificar tres cosas: 1) todos amamos al mismo Dios; 2) todos servimos donde y en lo que él nos pida; y 3) todos buscamos a quién contarle las virtudes del que nos llamó a esta luz admirable.

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