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Recuerdo bien aquel día. Una persona me buscó porque ya no soportaba sentirse tan mal como se sentía. Lo más impresionante no fueron los detalles que me contó, sino su firme convicción de que su problema no tenía solución. Su caso se parecía al de un padre que llevó a su hijo hasta Jesús, porque desde el nacimiento había estado sometido por un espíritu inmundo y diabólico que le producía terribles convulsiones, y lo hacía retorcerse de dolor y echar espumarajos por la boca.
Si había un caso aparentemente imposible, era el de este padre de un endemoniado. Aun cuando la persona que me buscó aquel día pensaba que su caso era imposible de resolver, creo que el de este padre de la Biblia era mucho más desesperado aún.
A este padre, en desesperación, Jesús le hizo una pregunta: “¿Puedes confiar en Dios?” Acompañada de una promesa: “Para el que confía en él, todo es posible” (Mar. 9:22, TLA). Si te fijas, para Dios la condición para el cumplimiento de sus promesas siempre es la misma: tener fe en él, confiar en su poder, no importa cuán difícil, imposible o desesperada parezca la situación. Porque no se trata de nuestras fuerzas, sino del poder de Dios, que es ilimitado para obrar si considera que eso es lo que conviene. Cuando acudimos a Dios pidiendo ayuda por alguna situación que enfrentamos, él no mira el problema (porque sea cual sea, lo puede resolver), sino que quiere ver si tenemos la fe en él que le permita actuar en nuestro favor como convenga.
Fíjate que Jesús no preguntó: “¿Crees que tienes fuerzas para soportar esto? ¿Tienes alguna idea de lo que se puede hacer para ayudar a tu hijo?” No. Las preguntas siempre son: “¿Puedes creer? ¿Confías en mí?” Y llevan una respuesta implícita: “Yo estoy aquí, siempre he estado aquí y tengo el poder, ¿me crees?”
El mayor peligro de las circunstancias que enfrentamos no es que ponen a prueba el poder de Dios, sino que pueden hacer que nuestra fe se tambalee. Por eso la forma en que respondemos ante los problemas es más importante que los problemas mismos que enfrentamos. Hoy te lanzo esta misma pregunta: ¿puedes confiar en Dios? ¿Crees en él y en su poder? Pues “para el que confía en él, todo es posible”. No lo digo yo, lo dice la Palabra de Dios.