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UN DIOS COMPASIVO

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“Al ver a las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).

Dios es compasivo. Esto lo enseña la Biblia y lo muestran la vida y el ministerio de Cristo. No hubo una sola persona a quien Cristo le negara su ayuda, su bendición o su perdón. No hay un solo caso en que estuviera frente a una situación de necesidad y no hubiera actuado para resolverla. Podemos creer con toda seguridad que Dios es movido en forma natural hacia la compasión. 

 

Varias cosas despertaban compasión en Jesús. Ver a las personas viviendo en las tinieblas de la ignorancia espiritual era una de ellas. Por eso, en su ministerio dio mucha importancia a la enseñanza. El Maestro de los maestros quería acercarnos el Reino de los cielos, y sabía que para eso era necesario que conociéramos al único Dios verdadero (lee Juan 17:3). También le dolía ver a la gente sufrir bajo el yugo de enfermedades y posesiones demoníacas; por eso, por dondequiera que iba, sanaba a los enfermos y liberaba a los afligidos por el diablo. Otra cosa que despertaba en Jesús, la más tierna compasión era ver que las personas estaban como ovejas sin pastor, sin nadie que los guiara espiritualmente, porque los guías religiosos los habían hecho dos veces más hijos del diablo que antes de adoctrinarlos. Esta compasión lo movió, como Pastor y Guía espiritual, a ir por todas partes predicando el evangelio. Un evangelio basado en cómo es realmente Dios, y no en tradiciones humanas. 

 

Como podemos ver, la compasión de Cristo no fue un mero sentimentalismo que se quedó en lamentos y buenos deseos hacia aquellos a quienes quería ayudar, sino que fue un principio que lo movió a la acción, aún a veces a costa de sufrir riesgos, amenazas y persecuciones por intentar ayudar. La suya fue una compasión valiente y auténtica. Por eso marcó la diferencia para todas las generaciones, antes y después de él. Jamás nadie trabajó más, dio más, ni se sacrificó más que Cristo por ayudar al prójimo. 

 

Contemplando el retrato de Dios en la vida de Cristo como el Señor de la divina compasión, debemos animarnos al saber que nuestro Dios ha hecho, está haciendo y hará todo lo que sea necesario para nuestra salvación. Al mismo tiempo, su ejemplo nos lleva a pedirle que ponga esa virtud de la compasión en nosotros, para que nuestro corazón sea movido hacia los que están en necesidad, de tal manera que hagamos algo para ayudarlos a llevar sus cargas.

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