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Elena de White escribió: “El universo entero se maravilló al ver que Cristo debía humillarse a sí mismo para salvar al hombre caído. Que Aquel que había pasado de una estrella a otra, de un mundo a otro, supervisando todo, supliendo, mediante su providencia, las necesidades de todo orden de seres en su vasta creación, consintiese en dejar su gloria para tomar sobre sí la naturaleza humana, era un misterio que todas las inmaculadas inteligencias de los otros mundos deseaban entender” (Patriarcas y profetas, p. 56). ¿Te maravillas tú ante el gran misterio de la humildad de Dios? ¿Realmente podemos entender lo que supuso para él humillarse como lo hizo?
La humildad de Dios se hizo evidente desde el mismo momento en que nos creó, pues crearnos a su imagen y semejanza es un “detalle” que habla por sí mismo. ¡Dios estuvo dispuesto a compartir con nosotros algo que no le dio a ningún otro ser creado! No fue celoso de su propia manera de ser, sino que humildemente la compartió para nuestro beneficio. Tras la creación, Dios fue de nuevo capaz de humillarse a sí mismo para generar un plan de salvación que implicó hacerse criatura aun cuando la especie humana estaba debilitada por cuatro mil años de pecado. El apóstol Pablo expresó su admiración por esto, cuando escribió: “Aunque era de condición divina, no quiso aferrarse a su igualdad con Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres” (Fil. 2:6, 7). Qué gran misterio es esta clase de humildad. ¿Y qué me dices de la humildad divina al aceptar nuestros cuerpos como templo para que habite su Santo Espíritu? (lee 1 Cor. 6:19). Realmente es para maravillarse.
Más allá de sentirnos maravillados y agradecidos por tal misterio, Dios quiere que nos fijemos en su humildad para que la imitemos. Por eso, en su Palabra inspirada nos dice: “Haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús” (Fil. 2:5, RVC). Es obvio que nunca vamos a igualar a Cristo, pero sí podemos imitar su actitud en cualquier actividad o circunstancia en que nos encontremos. La humildad de Dios no debe quedarse en nuestro intelecto como mera teoría, sino ser llevada a la práctica como un estilo de vida. ¿Por qué? Porque Dios no puede emplear eficazmente a quien tiene suficiencia propia.