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Hace tiempo, prediqué una noche sobre la necesidad de perdonar a aquellos que nos han herido y ofendido, y de no permitir que el resentimiento eche raíces de amargura que nos impidan recibir la gracia de Dios. A la salida de la iglesia, se me acercó una señora para decirme: “Pastor, le agradezco por este mensaje; creo que Dios habló a mi corazón. Pero quiero pedirle que dondequiera que usted predique este mensaje de nuevo, también les diga a las personas que hagan todo lo posible por no ofender ni herir a nadie; es demasiado grande la carga que ponen sobre uno cuando hacen y dicen cosas que nos llevan a tener que perdonar una y otra vez”.
Desde entonces he meditado mucho en ese comentario tan atinado. Creo que es difícil perdonar a quien me ha ofendido y me ha causado una herida que duele y sangra, y que el camino de la prevención es el idóneo. Pero somos imperfectos: herimos, ofendemos, hacemos daño, a veces a sabiendas, a veces no sabiendo evitarlo. Por eso me maravillo cuando leo lo que dice Pedro en el texto de hoy. ¡Qué indulgente es el Señor!
“Indulgente” significa “inclinado a perdonar y disimular los yerros o a conceder gracia”. ¡Qué inclinación tan maravillosa! Así es Jesús, y así nos enseña a que seamos nosotros, que no tenemos esta inclinación por naturaleza. No debemos responder con maldiciones cuando nos maldicen, ni amenazar cuando estamos padeciendo situaciones adversas; debemos encomendar nuestras causas difíciles a Dios, para que nos enseñe a perdonar y se encargue de abrir caminos.
Para Cristo la indulgencia no fue solo una teoría que enseñó, sino un principio que practicó. Lo acusaron de glotón, de traidor, de blasfemo, de estar poseído por malos espíritus o de hacer milagros por el poder de Belcebú; le criticaron que se juntara con publicanos y prostitutas; intentaron acabar con él; pero nunca respondió en esos términos. Tal como había profetizado Isaías, Jesús “como oveja ante sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca” (53:7). Jesús encomendaba sus causas a quien juzga justamente. ¿Y tú? ¿Haces lo mismo? Si aún no es el caso, entiende que es un aprendizaje de fe que se logra día a día.
Dios quiere que entendamos que indulgencia no es debilidad, sino fortaleza. Al mismo tiempo, es difícil contemplar a Cristo en este retrato y sentirnos bien con expresar nuestros sentimientos de cualquier manera, aun cuando estén justificados.