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Si uno quiere conocer el carácter de Dios, lo mejor que puede hacer es estudiar la vida de Cristo presentada en el Nuevo Testamento, de manera especial en los Evangelios. Muchos de los temas que se discuten hoy en el mundo cristiano, y que han dado lugar a tantas confesiones religiosas, quedarían aclarados si tan solo nos preguntáramos qué dijo o hizo Jesús al respecto, y fuéramos a encontrar respuesta en las Escrituras.
Un ejemplo de ello es lo relativo a la observancia del sábado como día de reposo. Extrañamente, la mayoría de los cristianos se sienten libres de no reconocer este Mandamiento, de pensar que da lo mismo un día que otro mientras descansemos en Cristo, o que las formas de guardarlo no tienen importancia y, por tanto, no pasa nada por trabajar en sábado. El ser humano se siente con autoridad de establecer tradiciones, aunque impliquen cambiar o quitar algo explícitamente expresado en la Palabra de Dios. Pero lo cierto es que la Palabra de Dios permanece para siempre, y en ella encontramos retratos en los que aparece Jesús validando el sábado como día de reposo, declarándose Señor del sábado (lee Mar. 2:28) y rescatando su significado y valor de una maraña de tradiciones religiosas humanas que lo habían convertido en una carga.
Jesús presenta el sábado en su verdadera luz: como un día positivo, de gozo y propicio para hacer el bien (Luc. 6:9), y como un día creado y apartado por Dios para nuestro beneficio (lee Mar. 2:27). Ah, y hay un detalle que no podemos obviar: Jesús guardó el sábado.
“Dios sigue dándonos el sábado como testimonio de que un Ser omnipotente, infinito en bondad y misericordia, creó todas las cosas. Nuestro Padre celestial desea, por medio de la observancia del sábado, conservar entre los hombres el conocimiento de sí mismo. Desea que el sábado dirija nuestra mente a él como el verdadero Dios viviente, y que por conocerle tengamos vida y paz. […] Para los que reverencian el santo día, el sábado es una señal de que Dios nos reconoce como su pueblo escogido. Es una garantía de que cumplirá su pacto en su favor. Cada alma que acepta la señal del gobierno de Dios se coloca bajo el pacto divino y eterno. Se vincula con la cadena áurea de la obediencia, de la cual cada eslabón es una promesa” (Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 351, 352). Feliz sábado, estimado hermano que lees estas líneas.