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Que Dios es sabio lo vemos claramente en las Sagradas Escrituras. “Con sabiduría fundó el Señor la tierra, con inteligencia estableció los cielos” (Prov. 3:19, LBLA). “En él están la sabiduría y el poder, y el consejo y el entendimiento son suyos” (Job 12:13, LBLA). Él es el “único y sabio Dios” (Rom. 16:27), cuyo “entendimiento es infinito” (Sal. 147:5). Ahora bien, ¿qué implica para nosotros saber que Dios es sabio?
Como mínimo, dos cosas: 1) que podemos confiar en que sus caminos son los caminos de la sabiduría y, por tanto, intentar caminar por ellos para vivir con inteligencia. 2) Que imitarlo implica estar abiertos a aprender de él. Te hago una pregunta directa: ¿Cuán abierto estás para seguir aprendiendo? ¿O crees que ya lo sabes todo porque tienes cierta edad, porque un precioso título universitario cuelga de alguna pared o porque todo el mundo te dice que eres muy listo? A veces nos sucede que, cuanto mayor nos hacemos, cuanto más hemos estudiado o cuanto más se elogia nuestra inteligencia, más nos sentimos tentados a creer que ya lo sabemos todo, y menos hacemos por seguir aprendiendo. ¿Qué hacer entonces con la exhortación de Jesús a aprender de él?
Decía John Wooden, el legendario entrenador de la NBA, que “lo que cuenta es lo que aprendes después de creer saberlo todo”. O, como escribió Elena de White: “Tenemos muchas lecciones que aprender y muchísimas que desaprender” (Mensajes selectos, t. 1, p. 42). Uno de los llamados de la vida cristiana es a no dejar nunca de aprender, a crecer constantemente en el conocimiento de Cristo y en la práctica de los principios y los valores del evangelio. Es fundamental que seamos personas enseñables.
“Ser enseñable no tiene que ver con competencia o capacidad mental, sino con actitud. Se trata de desarrollar el deseo de escuchar, de aprender y de aplicar”, dice John Maxwell. Yo añado: y de leer la Biblia, para escuchar la voz de Dios. “Se trata de tener hambre, de descubrir y crecer; voluntad de aprender, desaprender y reaprender”. ¿Eres “enseñable”? Si es así, solo te falta buscarte al mejor maestro. Yo te recomiendo al Maestro de los maestros, Cristo Jesús, y te recomiendo también la primera clase magistral: el Sermón del Monte. Lee Mateo 5 y 6, y comienza tu curso hoy.