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En Cada Banca Se Sienta un corazón roto

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«El Señor consolará a Sion; consolará todas sus ruinas. Convertirá en un Edén su desierto». Isaías 51:3.

Yo sé lo que es sentarse en una banca de la iglesia con el corazón roto. Durante años, esa fue mi realidad. Me sentaba con mis miedos y decepciones, vencida de que estaba sola. A mi alrededor, todos parecían felices, seguros de sí mismos, espiritualmente fuertes. ¿Tal vez no sufren como yo?, me preguntaba. ¿Soy la única cuya vida está hecha pedazos? Para protegerme me ponía una máscara que ocultaba mis penas y fracasos. Me esforzaba por dar la impresión de que tenía mi vida bajo control. Conocía bien las posturas que adoptar y las palabras que decir, pero, por dentro, estaba destrozada».* Estas son palabras de Ruth Graham, hija del famoso evangelista norteamericano Billy Graham. Con ellas nos recuerda la realidad de que, cada sábado, a nuestro lado en la iglesia, se sienta alguien que tiene el corazón roto (aunque parezca tenerlo todo bajo control).

Tal vez ese alguien eres tú misma; tal vez es la persona que juzgas como superficial, engreída o indiferente cuando, en realidad, simplemente está sufriendo; tal vez ese alguien es un niño, un adolescente, una madre, un anciano... El caso es que ahí está, a nuestro lado, y nosotras incapaces de ver su dolor o de mostrar el nuestro. ¿De dónde, entonces, vendrá el consuelo, el hombro en el que llorar? ¿Quién, entonces, nos hará comprender que hay un Dios que puede consolar y convertir en Edén cualquier desierto? (ver Isa. 51: 3)

Lamentablemente, esta es la realidad de las iglesias: nos sentamos aislados. Pero no somos islas. Por eso, te propongo que adquieras un nuevo hábito, empezando desde ya mismo. Hoy, cuando te sientes en la iglesia, mira más allá de ti misma. Sal de tus muros de protección y observa a la muchacha que se emociona por nada, a la mujer con la mirada perdida, a la adolescente con los brazos cruzados y la postura informal... Sal a la caza del alma que está sufriendo y cumple la ley de Cristo ayudándola a soportar sus cargas. Y ten algo muy importante en cuenta: quizás estás rodeada de personas que, como Ruth Graham, conocen «bien las posturas que adoptar y las palabras que decir» para que nadie se dé cuenta de que, por dentro, están destrozadas. Por eso, el mejor camino es aplicar la sensibilidad, la atención y la ternura con todos. Tener mentalidad de llevar agua permanentemente en el desierto. Y no cualquier agua: el agua de vida.

Y si eres tú ese corazón roto, pide ayuda. Y recuerda: todo pasa; «el llanto podrá durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría» (Sal. 30: 5, NTV). Dios traerá esa alegría a tu corazón.

«Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas» (Sal. 147:3).

Ruth Graham, In Every Pew Sits a Broken Heart (Michigan: Zondervan, 2004), p. 12.

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