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Es muy probable que, entre los miembros de la iglesia cristiana primitiva, el número de mujeres fuera muy superior al número de hombres. Este dato se apoya en un descubrimiento arqueológico realizado en Cirta, al norte de África. Allí, en las excavaciones de una casa-iglesia que fue sitiada y destruida en el 303 d. C., los arqueólogos encontraron dieciséis túnicas masculinas, ochenta y dos túnicas femeninas, treinta y seis velos de mujer y cuarenta y siete pares de sandalias femeninas. De este inventario se puede deducir que la proporción de mujeres era muy superior a la de hombres, al menos en aquella casa-iglesia.*
Ochenta y dos mujeres comunes y corrientes, sin nombre ni apellido, que no han pasado a formar parte de la historia escrita de la iglesia, pero que, por la simple fuerza de su presencia, contribuyeron a su crecimiento. Y me atrevo a decir más: aportaron enormemente a la expansión del cristianismo en aquella época inicial, ya que, al menos, por pura deducción, tuvieron que hacer una gran labor en sus hogares para evangelizar a sus esposos y a sus hijos.
Las cosas siguen siendo similares. La iglesia sigue teniendo más miembros femeninos que masculinos en muchos países, pero aunque así no fuera, somos «la otra mitad» ; y una mitad no se puede quedar inactiva sin que el conjunto sufra. Hombres y mujeres, somos los dos muros de carga en los que se asienta todo el edificio de la Iglesia Adventista actual. No puede faltar uno de los dos sin que la estructura completa se vea comprometida.
Hoy, Dios sigue teniendo un propósito para nosotras. Llevarlo a cabo depende de dos cosas esenciales: que cada una nos preparemos para dar testimonio de nuestra fe; y que miremos más allá de nosotras mismas, encontrando formas de hacer avanzar este movimiento cristiano llamado Iglesia Adventista del Séptimo Día hacia la meta. En ambos casos, todo empieza por conocer bien la Biblia, el mensaje que creemos, y las maneras en que Jesús nos sugirió llevarlo al mundo, comenzando por el amor. Y continúa pasando a la acción en todo lo que nos venga a la mano para hacer.
Aparte de nuestra mera presencia dentro de la iglesia, Dios nos ha dado talentos para su servicio, y el Espíritu Santo para que nos llene de sabiduría y sepamos qué hacer. El Señor quiere que usemos todos los recursos que pone a nuestro alcance para que marquemos la diferencia.
«No podemos dejar que las percepciones limitadas de los demás terminen definiéndonos». Virginia Satir.
David L. Balch, Carolyn Osiek, Early Christian Families in Context: An Interdisciplinary Dialogue (Michigan/ Cambridge: William B. Eerdmans Publishing Company, 2003), p. 161.