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Como vimos ayer, los adjetivos más adecuados para describir a la mujer virtuosa, según Proverbios 31:10, son: valiente, firme, fuerte, poderosa, luchadora, guerrera, incluso «masculina» desde estos puntos de vista. Yo, particularmente, llamo a la mujer de Proverbios 31, la mujer soldado, la mujer de continuas conquistas, de las que tal vez nadie se da cuenta, pero que van formando su carácter.
Cuando Proverbios 31: 10 se pregunta quién podrá encontrar una eset hayil, una mujer fuerte, valiente y luchadora, nos está recordando que la vida cristiana es una batalla, y que para esta batalla Dios requiere de las mujeres que tengamos un carácter firme.
Que la vida es una batalla, no veo quién podría ponerlo en duda. Está llena de conflictos, y ser mujer no es para personas cobardes. Para una mujer, sigue requiriendo el mismo valor hoy que ha requerido siempre enfrentar la batalla de la vida. Una vida que es compleja (más en unos países que en otros, eso es cierto), que tiene muchos aspectos difíciles. Las mujeres tenemos que estar en guardia veinticuatro horas al día.
El conflicto es inevitable. Toda mujer va a encontrar en su camino diversas fuentes de conflicto. Tanto ser madre como no tener hijos; tanto ser esposa como ser soltera; tanto ser joven como ser mayor; tanto tener poca educación formal como haber hecho estudios superiores; hacerse un lugar en esta sociedad, a nivel profesional o incluso dentro de la comunidad de la fe; desempeñarse en el ámbito del hogar; en general, desarrollarse en este mundo nuestro no es para mujeres débiles. Y precisamente este versículo, Proverbios 31: 10, nos recuerda la realidad de la mujer en el mundo. Esa realidad es dura y requiere valentía (en el caso de la mujer que quiere ser cristiana, mucha más todavía).
Dios requiere de ti que seas hayil, que te mantengas firme en tus convicciones, fuerte en tu relación con él, luchadora cuando la batalla lo merezca, y valiente en lo que enfrentes en este día y en los demás días de tu vida. Todo eso se logra, por supuesto, con su ayuda. Por eso, cuando te encuentres en el fragor de la batalla, no renuncies a tu poder pensando que no tienes ninguno; en realidad lo tienes todo, porque está a tu alcance el poder que viene de Dios. Es con ese poder que salimos victoriosas de las muchas y variadas batallas que hemos de librar en la vida. Y esas victorias nos van puliendo, convirtiéndonos en piedras preciosas; es decir, en mujeres íntegras que brillan allá donde van.
«La forma más común en la que renunciamos a nuestro poder es pensando que no tenemos ninguno». Alice Walker.