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El sufrimiento tiene un sentido; lo que pasa es que, mientras sufrimos, somos y sufrimiento. Y cuando nos golpea, nos acorralamos aún más a nosotras mismas haciéndonos esa pregunta que es en realidad un reproche a Dios y que en nada nos ayuda: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?». Nada, seguramente no has hecho nada, pero esa no es la pregunta significativa. La pregunta acertada, en todo caso, iría en la línea de: «¿Tiene algún sentido este dolor? ¿Puede resultar algo bueno del sufrimiento que estoy pasando?».
La psiquiatra Marian Rojas Estapé* responde con un enfático «sí». El sufrimiento tiene un sentido precisamente porque de él pueden derivar cuatro cosas que no solo resultan buenas, sino necesarias:
1. El sufrimiento nos ayuda a reflexionar en la esencia de muchas cuestiones de nuestra vida que estaban pasando sin examen moral. Cuando el dolor llega, nos fuerza a encontrarle sentido no solo a él, sino a nuestra forma de vivir. ¿Será que tiene sentido nuestra rutina diaria?
2. El dolor posee un valor espiritual, porque eleva nuestra visión de la vida, haciéndonos mirar con una óptica diferente, enseñándonos a apreciar lo que antes no valorábamos y haciéndonos más sensibles hacia el que sufre. ¿Será que nuestra visión de la vida es espiritual?
3. El sufrimiento nos lleva a aceptar nuestras limitaciones. A nuestro ego le cuesta admitir que somos vulnerables y tiende a poner nuestras opiniones personales en un pedestal para sentirse menos frágil. Nada como el dolor para darnos cuenta de que necesitamos ayuda, cariño, consuelo; solas, no podemos. ¿Será que tenemos conciencia de nuestra propia necesidad de Dios y del prójimo?
4. El dolor nos transforma, porque nos sensibiliza a la realidad del otro, haciéndonos más humanas, más capaces de sentir compasión.
El dolor y el sufrimiento, sanamente aceptados, nos liberan del egoísmo, nos hacen personas maduras, empáticas y crean a nuestro alrededor un lugar más acogedor para vivir y apropiado para predicar el evangelio y verlo florecer. Por eso «los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento» (2 Cor. 4: 17, NVI).
* Cómo hacer que te pasen cosas buenas (Barcelona: Espasa, 2018), p. 33.