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La orden de Jesús «no juzguéis, para que no seáis juzgados» fue un dilema para mí en los comienzos de mi caminar cristiano. Creía yo que juzgar era algo que una hacía en defensa propia, un mecanismo de protección contra ciertas personas que hacían daño. Sin embargo, no podía tapar el sol con un dedo: la frase estaba ahí, una y otra vez, «no juzguéis para que no seáis juzgados». O sea, Jesús me estaba diciendo: «Mónica, no juzgues a nadie, para que el Padre no te juzgue a ti o, lo que es lo mismo, no te condene por ese juicio que, tal vez tú consideras acertado, pero ciertamente no lo es». Así que decidí ponerlo en práctica por fe, todavía sin el convencimiento pleno del porqué es necesario no juzgar.
Con el tiempo, ir adaptándose mi cerebro a esa vivencia práctica de intentar no juzgar (confieso que aún no lo logro del todo) fui entendiendo por qué es un error tan grande juzgar al prójimo. Cuando juzgamos, reducimos a esa persona al defecto que podemos observar en ella (y ojalá nuestra manera de observar fuera acertada, pero casi nunca lo es). Lo cierto es que es una injusticia reducir a alguien a uno de sus defectos, errores o pecados. Nadie quiere ser definido por la mayor lucha interna que tiene en la vida.
Tú no eres ese momento de vulnerabilidad de tu pasado que una vez le contaste a alguien en confianza; tú no eres el estigma que te han colgado en la iglesia por aquel error que cometiste; tú no eres la depresión que ahora mismo te tiene atada; tú no eres tus defectos de carácter; tú no eres el fracaso matrimonial que sufriste... Y quien quiera reducirte a eso, todavía no ha entendido el mensaje de Cristo ni el poder divino para transformar a las personas.
Por eso, te animo a normalizar en tu vida el hábito de no juzgar, de no reducir a otro ser humano a su lucha interna. Al fin y al cabo, lo que tú puedes ver es apenas la punta del iceberg de su vida, lo que se muestra en la superficie. La parte más significativa y profunda está oculta para ti, pero no para Dios, que es quien obra la salvación puliendo ese hielo. Si aún no eres capaz de comprender esto, da el paso de practicarlo por fe. Pronto se abrirá tu entendimiento.