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Nuestra Fe

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«Si alguno dice: "Yo lo conozco", y no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no hay verdad en él» (1 Juan 2:4).

Siendo que nuestras obras no pueden ponernos en armonía con Dios, confiar en ellas para lograr estar a bien con el Señor es un error del que tenemos que guardarnos. ¿Por qué? Porque esas obras nacen de un motivo egoísta. La armonía con Dios parte, precisamente, de lo contrario: de reconocer nuestro egoísmo, dejarlo a un lado, admitiendo que no hay nada que podamos hacer para lograr la salvación, y acudir a Dios, como somos, con fe. Ahora bien, hemos de tener cuidado de no caer en el error opuesto.

«El error opuesto, y no menos peligroso, consiste en sostener que la fe en Cristo nos exime de guardar la ley de Dios, y que en vista de que solamente por fe llegamos a ser participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra redención».*

Por supuesto que tienen algo que ver, pero no cuando nacen de nuestro deseo de hacer algo por ganarnos el favor de Dios, sino cuando nacen del amor que genera en nosotras ese amor inmerecido.

La obediencia a la ley como mero cumplimiento externo que nos hace creernos «buenas» es inútil; en cambio, «cuando el principio del amor es implantado en el corazón, cuando alguien es renovado a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: "Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente (Heb. 10: 16). [...] La obediencia, es decir, el servicio y la lealtad que se rinden por amor, es la verdadera prueba del discipulado. Por eso dice la Escritura: "En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos (1 Juan 5: 3). [...] En vez de eximirnos de la obediencia, la fe, y únicamente ella, nos hace participantes de la gracia de Cristo, y nos capacita para obedecer».**

La obediencia no es la semilla, la semilla es la fe; la obediencia es el fruto de esa fe.

«Si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones, estarán en armonía con la voluntad de Dios, según se expresa en los preceptos de su santa ley».*

«El error opuesto, y no menos peligroso, consiste en sostener que la fe en Cristo nos exime de guardar la ley de Dios». Elena G. de White.

* Elena G. de White, El camino a Cristo (Doral, Florida: IADPA, 2005), cap. 7, p. 90, Ibid. p. 91. *** Ibid. p. 92.

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