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El Denominador Común

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«Las palabras dulces son un panal de miel: endulzan el ánimo y dan nuevas fuerzas» (Prov. 16:24).

En la tribu bemba de Sudáfrica, tienen una ceremonia maravillosa. Cuando una persona actúa irresponsable o injustamente, la sitúan en el centro del poblado, y todos los hombres, mujeres y niños forman un círculo alrededor. Entonces, uno a uno, comienzan a gritarle las cosas buenas que ha hecho. Le recuerdan a viva voz sus virtudes, buenas obras, fortalezas y actos de generosidad. Y la ceremonia no termina hasta que cada uno ha hecho todos los comentarios positivos que pueda recordar sobre la persona en cuestión. Al final, se rompe el círculo tribal, y la persona es aceptada en la tribu.*

Qué forma tan poderosa de regular a alguien que se encuentra peligrosamente coqueteando con el mal. Está muy en sintonía con esta declaración del psiquiatra estadounidense Bruce Perry: «Sin una conexión con personas a quienes les importamos y que nos apoyan, es casi imposible mantenernos alejados de alguna forma no sana de recompensa y regulación».** Y si esa conexión viene acompañada de palabras positivas y alentadoras, dichas con amor, tiene la capacidad de llegar al corazón del otro y transformarlo.

Una de las mejores formas de inspirar a alguien a aceptar el perdón de Cristo y de sus semejantes, dejando atrás todo sentimiento de culpa y vergüenza, es mediante palabras de afirmación y cariño. Palabras que acarician y bendicen; palabras que reconstruyen. Lamentablemente, vivimos en una cultura parca en palabras de apoyo y abundante en palabras de descalificación. Es importante contrarrestar ese desequilibrio. Nuestro Dios es un Dios de afirmación, cuyo amor se traduce en palabras que motivan. Por eso da a su pueblo mensajes como: «Yo sé todo lo que haces; conozco tu duro trabajo y tu constancia. [...] Has sido constante, y has sufrido mucho por mi causa, sin cansarte» (Apoc. 2: 2-3).

«En la lengua hay poder de vida y muerte», dice el libro de Proverbios (18: 21, NVI). Usemos palabras de afirmación que levanten del polvo al hermano caído, volviéndolo a una vida digna y emocionalmente libre. Palabras que sean sinceras y que conduzcan a Dios, no al orgullo. Palabras que sean como una caricia que dice «sana, sana, colita de rana» . Porque todos necesitamos sanar de alguna herida.

«Un denominador común que nunca cambia es que todos necesitamos saber que lo que hacemos, lo que decimos y lo que somos importa». Oprah Winfrey.

*Tojo Thatchenkery, «Affirmation as intervention», trabajo presentado en la Conferencia Internacional sobre el Lenguaje en el Desarrollo y la Gestión del Cambio Organizacional, 14 a 16 de mayo de 1999.

**What happened to you (Nueva York: Flatiron Books, 2021), p. 66.

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