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Cuenta una historia que un joven, ansioso por aprender, visitó a un sabio para una taza de té. Cuando la taza se llenó, el sabio continuó derramando líquido sobre ella, sin inmutarse. Alarmado, el joven dijo:
-Maestro, la taza está rebosando; no siga echando más.
-Esto es lo primero que necesitas aprender -le dijo el sabio-: al igual que esta taza, tu mente está llena. Llena de opiniones y conceptos. Para que puedas aprender de verdad, debes vaciarte de conceptos erróneos; de lo contrario, no podré enseñarte nada.
-¿Tengo que vaciarme para poder llenarme? -preguntó el aprendiz.
-Sí-respondió el sabio-; una taza solo sirve cuando está vacía.
Lo sé por experiencia propia: el gran reto de mi vida ha sido desaprender; vaciarme de mis conceptos para llenarme de los de Cristo. Sé, lo difícil que es. Pero peor es seguir manteniendo una rigidez que nos impide cuestionarnos a nosotras mismas, y que nos vuelve incapaces de percibir la verdad tal como es.
El gran reto de la vida es vaciar nuestra mente de preconceptos erróneos para llenarla con los principios y valores que enseñó Jesús. «Aprendan de mí» , dijo él. Y, de hecho, lo que el evangelio nos revela a través de la vida de Jesús es una nueva forma de ver a Dios, de entender su creación, de relacionarnos con los demás y de practicar la fe de una manera que tenga sentido.
Elena G. de White escribió: «Dios no convertirá a los hombres y las mujeres en conductos de luz, mientras estén en las tinieblas y se conformen con permanecer en ellas, sin hacer esfuerzos especiales para relacionarse con la Fuente de la luz. [...] Cada uno tiene mucho que desaprender respecto de sí mismo, y también mucho que aprender. Debe deshacerse de antiguas costumbres, y la victoria se puede obtener únicamente mediante empeñosas luchas para corregir estos errores y la plena recepción de la verdad para poner en práctica sus principios, por la gracia de Dios» (Consejos para la iglesia, p. 438).
Y aunque «desaprender es un trabajo difícil, por cuanto ideas censurables han echado raíces en las mentes, como la maleza en un jardín» (La educación cristiana, cap. 54, p. 354), no es imposible, siempre y cuando nos relacionemos con la Fuente de la luz. Aprendamos de Cristo, mientras desaprendemos todo lo que no encaja con sus enseñanzas.