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Recientemente, vi el emotivo video de Nita y Charlie Franks.* Nita es una elefanta, y Charlie Franks es la que la crio desde bebe. Pero cuando Franks se retiró, la regaló al Zoológico de San Diego, Estados Unidos. Quince años después, se produjo el reencuentro.
Curioso por saber si Nita reconocería la voz de su dueño tras quince años sin verlo, un cámara de televisión captó el momento. Desde 100 metros de distancia, Charlie llamó a Nita; ella, al instante, reconoció su voz y fue directa hacia él. En eso de reconocer la voz de mi «Dueño», ciertamente yo estoy mucho peor que Nita.
Yo tengo un defecto, y es que me cuesta escuchar. Si le preguntas a mi amiga Clarita, te lo confirmará. Cuando me habla, ya termino yo las frases por ella. Menos mal que me frena, ayudándome a darme cuenta; si no, nuestras «conversaciones» serían un monólogo mío, que me incapacitaría para reconocer su voz y darme cuenta de su carácter. Llevada esta mala costumbre a la relación con Dios, también sé que estoy mal cuando la única voz en mi cabeza es la mía: yo le pido, yo le hago preguntas, yo le hablo..., y yo termino las frases, asumiendo que sé lo que Dios va a decir. Eso me incapacita para reconocer su voz y darme cuenta de su carácter. Lo cierto es que no sé qué me va a decir (y si solo me escucho a mí misma, nunca lo sabré).
Quiero ser como Nita: quiero aprender a reconocer la voz de mi «Dueño», al instante y a la distancia. Pero eso requiere una actitud de escucha; requiere hacer silencio y tener disciplina. Desarrollar ese arte es un reto para quienes vivimos en este mundo bullicioso y lleno de distracciones. El silencio es incómodo; estar quietas resulta difícil; y así, es imposible conocer que Dios es Dios.
Si aprendo a hacer momentos de silencio y espacio todos los días, tal vez descubriré que Dios no es como yo creía; tal vez oiré que pone en mi mente el nombre de alguien que necesita mi ayuda; tal vez me daré cuenta de un pecado que cometí y de que debo pedir perdón; quizás entienda que debo reorganizar mi lista de prioridades, para que esté acorde con una vida de silencio y oración, no de distracción, entretenimiento e interrupciones constantes.
Aprender a estar quieta, para reconocer que Dios es Dios. O, dicho en palabras un poco más bruscas, pero espero que efectivas: cerrar la boca, para abrir el corazón.
Elephant Update, «Visiting with Huell Howse» , https://youtu.be/vOupIZQKI8E [consultado en julio de 2022].