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Deja Que Dios Sea Dios

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«Humillense delante del Señor, y él los exaltará» (Sant. 4:10).

Gwen Bird era maestra infantil en su iglesia cuando decidió hacer una representación de la creación con sus niños. Así que repartió los personajes: unos tendrían que hacer de animales, otros, de plantas, otros, del hombre y la mujer, y Jonathan... de Dios. Para el papel de Dios, Jonathan tendría que estar toda la escena subido a una escalera, con una linterna encendida alumbrando hacia abajo. Durante la representación, justo cuando la creación estaba llegando a existir, Gwen sintió un tirón en la falda: era «Dios», o sea, Jonathan. «Hoy me siento demasiado raro para hacer de Dios» le dijo. «¿No puede hacerlo otro?».*

No podemos hacer lo que no podemos hacer y, sin embargo, cuántas veces jugamos a ser Dios. Dirigimos nuestra vida confiando exclusivamente en nuestro criterio; establecemos metas basadas únicamente en nuestras ambiciones (buenas, por supuesto, quien lo duda, pero tal vez no la voluntad de Dios para una). En nuestra inmadurez espiritual, desarrollamos un concepto de Dios que en realidad nos coloca a nosotras por encima de él; y en el fondo, somos nosotras las que regimos nuestras vidas, recurriendo a Dios en oración solamente cuando las cosas nos van mal.

Lo que esperamos de Dios se parece a concebirlo como un bien de consumo: en la medida en que la religión me ayuda en mi vida, es decir, me es útil, me fabrico una creencia a conveniencia. Pero esa ciertamente es una mentalidad posmoderna, muy alejada de lo que la Biblia nos dice de Dios. Aceptar el mensaje bíblico respecto a él requiere posicionarnos a nosotras como criaturas frente al Creador. Él es el que está subido a la escalera.

El profeta Isaías escribió: «Una vasija de barro, igual a otra cualquiera, no se pone a discutir con quien la hizo. El barro no dice al que lo trabaja: "¿Qué estás haciendo?", ni el objeto hecho por él le dice: "Tú no sabes trabajar"» (Isa. 45: 9). La mujer cristiana no solo acepta la obra de Dios en su vida, sino que le pide diariamente que obre en su interior, para estar segura de que, quien sabe qué es lo mejor para ella, interviene a cada paso.

Jesús, el «humilde de corazón» (Mat. 11: 29, RV95), se sometió al Padre durante su vida en esta tierra. Ese sometimiento debiéramos imitarlo. Dejar que Dios sea Dios. Para eso, hace falta humildad.

«La humildad es la decisión de dejar a Dios ser Dios». Lutero.

* John Ortberg, The life you've always wanted (Michigan: Zondervan, 2002), p. 112.

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