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«¿Cómo empiezan las guerras?», pregunta una niña a sus papás. El papá, creyendo que es una pregunta para hombres, se lanza a contestar primero: «Imagínate que nuestro país quisiera pelearse con el país de al lado...». La madre interrumpe: «¡¡¡Pero qué estás diciendo, nuestro país nunca ha querido pelearse con el de al lado!!!». «Ya lo sé -dice él-, solo es una suposición para que la niña lo entienda». «¡Pero eso la va a confundir más!», añade la mamá. «No la va a confundir», insiste él. «Que sí», repite ella. «Que te digo que no», replica él. «Que te digo yo que sí», replica ella. La niña interrumpe: «Tranquilo, papá, creo que ya sé cómo empiezan las guerras».
A veces, el conflicto es inevitable. Me temo que, en la práctica, no sería realista aspirar a vivir una vida libre de «guerras» -dialécticas sobre todo- y conflictos -personales, profesionales, de iglesia...-. En un mundo en que el bien y el mal están en conflicto, ninguna de nosotras, mujeres cristianas comprometidas, somos inmunes al mal. El mismo Jesús, Príncipe de paz, sufrió ataques de amigos y enemigos, a pesar de que tenía poder para evitarlos. La cuestión es cómo respondemos a los ataques que recibimos, a los conflictos en que nos vemos inmersas y a las guerras que se libran a nuestro alrededor.
El ideal del pacifismo tal vez sea eso, un ideal, pero sin duda uno al que el evangelio nos llama y, por esa razón, merece nuestra consideración. Tal vez no puedo evitar al ciento por ciento que la tormenta se desate a mi alrededor, pero sí puedo tener la consciencia suficiente para tratar al menos de no ser yo quien desencadene los rayos y los truenos. Sí puedo intentar vivir la esencia del pacifismo, e inspirar paz con mi vida. Luego ya, si vivir con la bandera blanca en alto provoca en el otro bando un ataque o una aceptación de mis condiciones de paz, eso es algo que no está en mi mano, y que debo afrontar con la ayuda de Dios sin desesperarme.
Lo que está en mi mano es convencerme de que son bíblicos los siguientes principios...
> «Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos» (Mat. 5:9).
> «Tengan cuidado de que ninguno pague a otro mal por mal. Al contrario, procuren hacer siempre el bien, tanto entre ustedes mismos como a todo el mundo» (1 Tesa. 5: 15).
> «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz!» (Rom. 10:15, RV95). ...y pedir a Dios que me ayude a llevarlos a la práctica.
«Les doy la paz, mi propia paz, que no es como la paz que se desea en este mundo». Jesús.