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Mejor Aún Que El Sacrificio

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«Los justos caminan con integridad; benditos son los hijos que siguen sus pasos» (Prov. 20: 7, NTV).

«Integridad». Qué palabra tan grande, y qué aspiración tan difícil según la cual vivir. Pero creo sinceramente que la Biblia nos llama a ser íntegras. Claro, al nivel de integridad que podamos alcanzar, pues en un mundo de pecado como este, todos nuestros esfuerzos se quedan cortos, imperfectos.

Una vida completamente íntegra solo la vivió Jesús, pero eso tampoco puede ser una excusa para no proponernos acercarnos a esa meta cada día. Y digo «cada día» porque estoy convencida de que la integridad, es decir, la lucha interna entre hacer lo correcto o lo que resulta cómodo o conveniente; la batalla espiritual por evitar hacer el mal que no queremos hacer, se libra cada día. Las victorias de hoy no garantizan las de mañana, pero qué duda cabe que van fortaleciendo nuestra decisión, a veces débil e inestable, de hacer lo correcto como estilo de vida.

Un día como este mismo, ordinario como parece, encontraremos numerosas ocasiones de ser íntegras o dejar de serlo. Ojalá se hubieran dado cuenta de ello las personas que, sin saberlo, un día tan ordinario como este mismo fueron objeto de un experimento llevado a cabo en treinta y dos países.* Los investigadores extraviaron a propósito casi mil celulares en lugares concurridos de grandes ciudades. Poco después, llamaron a esos celulares desde cierta distancia, observando a las personas que respondían las llamadas. Les decían a cada uno que eran el dueño del celular y les pedían que se lo devolvieran. ¿Qué haría la gente? Eso era precisamente lo que el estudio estaba poniendo a prueba: su nivel de integridad.

En dos lugares: Liubliana, en Eslovenia, y Toronto, en Canadá, se devolvieron veintinueve de los treinta celulares extraviados. Un nivel altísimo de integridad (dos lugares interesantes a los que viajar, ¿no crees?). En cambio, en Hong Kong solo se devolvieron trece, quedando en el último puesto de la lista. Obviamente, no te voy a preguntar cómo crees que serían los resultados en tu ciudad, sino qué crees que hubieras hecho tú, convencida de que nadie te estaba viendo, y sabiendo el dinero por el que podrías vender un celular, o lo bien que te vendría tenerlo.

Hoy, Dios puede estar realizando un experimento en tu vida, observando a la distancia, muy interesado en el resultado. Que la integridad no se haga esperar. Treinta de treinta.

«La integridad guía a los rectos». Salomón.

* Simon Hemelryk, «¿Cuán honrados somos?», Selecciones del Reader's Digest, agosto de 2007, pp. 86-93.

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