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La Vida Del Alma

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«Orad sin cesar» (1 Tesa. 5: 17, RV95).

¿Te has detenido alguna vez a analizar quiénes fueron las personas que reconocieron la llegada de Jesús como bebé a esta tierra? Lo cierto es que fueron muy poquitas: unos sabios extranjeros que estudiaban las Escrituras hebreas (Mat. 2: 1-2); Simeón, un hombre justo y piadoso cuyo único anhelo era la venida del Mesías (Luc. 2: 25); Ana, que ayunaba y oraba diariamente (Luc. 2: 36-38); y unos pastores a los que se les apareció un ángel (Luc. 2: 8-20). Punto y final; eso es todo, de acuerdo con el registro bíblico. ¿Qué tenían de especial estas personas para haberse dado cuenta de que el niño que acababa de nacer en Belén era el Mesías prometido? La misma Biblia nos lo dice:

> «Estudiaban las Escrituras», porque sabían que ellas son las que dan testimonio de Cristo (Juan 5: 39).

> «Anhelaban la venida del Mesías» , por lo que hacían de este el eje central de su vida. Cuando finalmente se cruzó en su camino, estaban preparados para reconocerlo.

> «Oraban diariamente», puesto que «la religión debe comenzar con el vaciamiento del corazón, y debe ser nutrida por la oración diaria» (Elena G. de White, La oración, p. 25).

> Tenían la mente abierta a la manifestación sobrenatural de Dios.

No es de extrañar, pues, que tuvieran discernimiento espiritual, porque las cosas espirituales se disciernen cuando uno es espiritual. Y las prácticas espirituales están muy claras en la Biblia y son sencillas de integrar en la vida diaria. ¿O acaso están lejos de nuestro alcance la lectura de las Escrituras, la esperanza en la segunda venida, la oración y el ayuno? Tampoco debería sorprendernos si el Señor decide manifestarse de manera extraordinaria en nuestra vida; los milagros no se limitan a los tiempos bíblicos.

Yo me pregunto: si leyera la Biblia más de lo que la leo; si anhelara la venida del Mesías más de lo que la añoro; si orara más de lo que oro; y si estuviera más abierta a las manifestaciones divinas a mi alrededor; ¿tendría mayor discernimiento espiritual? ¿Sería yo diferente? ¿Sería distinta mi vida? ¿Serían mejores mis relaciones personales y mi comunión con Dios? ¿Cambiarían mis gustos, mis aficiones, mi manera de hablar y de escribir...? Creo que sí, que sería todo diferente. Sería más a la manera de Dios.

«La oración es la vida del alma, el fundamento del crecimiento espiritual». Elena G. de White.

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