|
Según un estudio llevado a cabo en Estados Unidos, la feminidad se asocia hoy con: ser suave y agradable, estar delgada, mostrar modestia no llamando la atención sobre nuestras capacidades, sentir inclinación hacia los niños, invertir en una relación de pareja, tener relaciones sexuales con un solo hombre y gastar dinero en la apariencia externa.* ¿Quieres saber cuál fue mi primera reacción al leer las conclusiones de este estudio? Pues, la verdad, fue un poco extraña. No sé si soy suave, pero, definitivamente, no siempre soy agradable; tampoco estoy delgada; me gusta que se valoren mis capacidades, en especial las profesionales; los niños... no me disgusta pasar un tiempo con niños ajenos y disfruté mucho a mis sobrinas cuando eran pequeñas, pero nunca he querido tener hijos; en esta etapa de mi vida no «invierto» en una relación de pareja; y el dinero gastado en imagen no creo que llegue ni al cinco por ciento de mis gastos. ¿Será que no soy femenina? Desde luego, masculina no soy.
Soy mujer, creo que eso es suficiente. Solo tengo que ser yo misma, auténtica y vulnerable, sentirme cómoda en mi propia piel y dejar que sea Dios quien ponga límites a mi éxito social. ¿Por qué habría de definir mi feminidad en función de la cultura? Si así lo hiciera, mi autoestima se vendría abajo al observar cómo mi vida no encaja con ciertas «normas», y sé que Dios me necesita fuerte, con esa valentía que proviene de la fe.
Si «mi adorno no consiste en cosas externas, [...] sino en lo íntimo del corazón, en la belleza incorruptible de un espíritu suave y tranquilo», qué bendición, porque «esta belleza vale mucho delante de Dios» (1 Ped. 3: 3-4), es una parte maravillosa de mi feminidad. Si tengo el talento, por ejemplo, de «considerar heredades y comprarlas, y con mis propias manos plantar una viña» (Prov. 31: 16, RV95), lo pondré en uso, se considere «femenino» o no. Si tengo familia, excelente, la Biblia indica que, aunque «es preferible quedarse sin casar [...] más vale casarse que consumirse de pasión» (1 Cor. 7:8-9). En ambos casos, mi feminidad sigue intacta. Y si lo que Dios mira es «el corazón» (1 Sam. 16: 7), me preocuparé por invertir en él más que en mi apariencia (eso incluye en qué gasto mi dinero y hasta qué punto me preocupo por la delgadez o hasta qué nivel quiero estar delgada).
La mujer cristiana encuentra su identidad y su valía personal en Cristo. La meta es hallar nuestra feminidad en el propósito de Dios para cada una. No hay dos mujeres iguales.
«El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón». Samuel.
* Brené Brown, Daring Greatly (Nueva York: Gotham Books, 2012), p. 89.