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Para terminar esta serie de reflexiones sobre principios bíblicos que nos ayudan a vivir de tal manera que nos una y no que nos divida, quiero hablarte de la que considero la base de todo: la renovación de nuestro entendimiento. Porque si no cambiamos nuestra manera de pensar, es imposible que cambie nuestra manera de vivir.
En demasiadas ocasiones nos comportamos como el mundo porque vivimos en el mundo, y son las formas de pensar mundanas las que moldean nuestro entendimiento desde que nacemos. El mundo de hoy no es fácil. En la televisión, en las redes sociales, a través de los medios de comunicación en general y de nuestro entorno en particular vemos conductas y expresiones que dan por hecho que hay que marcar distancias, y que perdonar es de débiles. Pero la Biblia nos hace un llamado que es tan vital como radical: «No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto» (Rom. 12: 2).
Uno de los aspectos más claros de la voluntad de Dios es que nos preocupemos por las almas. Por eso, he dejado para hoy el décimo principio bíblico que, de alguna manera, cierra el círculo con la primera reflexión, titulada «Del egocentrismo al almacentrismo».
10. «El alma tiene un valor infinito, que no puede estimarse sino por el precio pagado por su rescate».* Qué desubicado sería tratar descuidadamente el alma de otra persona sabiendo como sabemos que tiene un valor tan infinito que Cristo pagó por su rescate el precio de su propia vida. Solo una persona que no valora lo que Dios valora puede conducirse de tal manera que aleje o hiera a un alma humana. Aprendamos a valorar lo que Dios valora, transformándonos mediante la renovación de nuestro entendimiento.
Siendo como somos todos diferentes, siempre habrá asperezas que limar, conflictos que resolver y desavenencias que gestionar. Mejorar en esto es necesario, porque la salvación de las almas es nuestro llamado. Comprometámonos con principios bíblicos fiables y eternos, no con sentimientos y emociones engañosos y pasajeros. Consideremos como un principio innegociable en nuestra vida la preocupación por la salvación de los otros, y no por la defensa del yo.
«Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan» (Lucas 6: 27-28). Ama. Haz el bien. Bendice. Ora. Para todo lo cual, cambia primero tu manera de pensar.
«Amen a sus enemigos». Jesús.
* Elena G. de White, Testimonios selectos, t. 3, cap. 30.