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¿Te estás Alimentando De Basura?

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«¿Quién podrá sostenerse delante de la envidia?» (Prov. 27: 4).

«Casi se deslizaron mis pies; poco faltó para que mis pasos resbalaran. Y es que tuve envidia de los arrogantes, al ver cómo prosperaban esos malvados», escribió el salmista (Sal. 73: 2-3, RVC). Confieso que yo también he sentido esa envidia cuando, por diversas razones (emocionales, económicas, profesionales), me ha parecido que me iba mal en la vida o que sufría consecuencias por haber actuado rectamente cuando quienes (a mi parecer) no lo habían hecho, gozaban las mieles del triunfo. ¿Será que, sin darme cuenta, casi se deslizaron mis pies por causa de la envidia? ¿Será que en alguna ocasión incluso llegué a alegrarme de ver a Satanás ganar una victoria sobre otro ser humano a causa de la envidia que yo sentía por esa persona? ¡Eso sí sería estar perdida espiritualmente!

Tal vez ni yo misma he llegado a captar hasta qué punto han resbalado mis pasos por causa de la envidia, pero doy gracias a Dios porque él sí se da cuenta de ese problema que tengo y toca mi conciencia con el poder de su Espíritu. Así, me va a ayudando a ser consciente del problema. Además, con el equilibrio de pensamiento que van dando la edad y la experiencia puedo ver lo peligrosa que es la envidia y, especialmente, las posibles consecuencias de alimentarme de pensamientos de ese tipo. Como afirma Elena G. de White, «si el corazón está lleno de envidia, esta se manifestará en las palabras y las acciones. Los que se comparan con otras personas, que hacen lo mismo que ellas, que no se esfuerzan por alcanzar niveles más elevados, [...] se están alimentando de basura, por lo que seguirán siendo enanos espirituales» (Testimonios para la iglesia, t. 1, pág. 438). Yo no quiero alimentarme de basura. Yo no quiero ser una enana espiritual (y tú, si estás leyendo este libro, doy por hecho que tampoco).

Siendo como somos tan malas pronosticadoras de lo que nos hará realmente felices, la envidia no tiene sentido, pues si alcanzáramos aquello que otros tienen y que nosotras envidiamos, seguiríamos deseando otras cosas que aún no tenemos. Estaríamos alimentando así un apetito voraz por lo que nos falta. Realmente, esa sería una actitud insostenible. Lo voy descubriendo poco a poco, al reflexionar en todas las puertas y ventanas que Dios ha abierto (y cerrado) para mí. Resulta que las puertas que él cerró tenían que cerrarse para que pudiera experimentar verdadera felicidad. Te reto hoy a comenzar a cuestionar intencionalmente todos esos pensamientos tiranos que pasan por tu mente cuando te va mal, y que sabes que se sustentan en la envidia. Cuestiónalos hasta desterrarlos de ti, convencida de que te llevan a elegir caminos que no son el tuyo. Confía en cómo Dios va dirigiendo tus pasos. Intenta ver su mano guiadora en los pequeños detalles del día a día. Si es Dios quien te dirige, ¿por qué habrías de envidiar nada de nadie?

Señor, ayúdame a organizar mi agenda en función de los planes que tienes para mí, no de los logros que veo obtener a los demás. Quizás si supiera lo que esconden, ni tan siquiera los querría.

«Sé intencional en lo que te dices a ti misma cuando te va mal». Valorie Burton.

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