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«Estimado señor Conant», comenzaba la carta de invitación a la prueba para las la Orquesta Filarmónica de Múnich, Alemania. Corría el año 1980, cuando las audiciones aún se hacían cara a cara; pero como entre los que se presentaban estaba el hijo de un músico, los aspirantes tocaron detrás del telón. Conant tenía el número dieciséis y, apenas comenzó a tocar, convenció al jurado, que envió a casa al resto de los candidatos. ¡Ya tenían a su primer trombón! Cuando lo vieron aparecer, se oyeron los murmullos: «¡¿Pero qué es esto?!». Esperaban al señor Conant; se encontraron a la señora Conant. Para el director de la orquesta era inconcebible que una mujer tocara el trombón, pues lo consideraba un instrumento «masculino»; así que se sintió disgustado, pero no pudo hacer nada al respecto. La selección había sido totalmente justa.
Tras un año tocando en la orquesta, Conant fue citada a una reunión. «La vamos a bajar a segundo trombón», le comunicaron. Y le dijeron el motivo: «Necesitamos a un hombre para el solo de trombón». Conant llevó el caso a juicio. Ocho años después, se reincorporó como primer trombón. Pero entonces, el director de la orquesta se negó a pagarle lo mismo que a un hombre, y de nuevo Conant fue a juicio. Cinco años después, recuperó su puesto.* El mismo hombre que la había seleccionado en la audición a ciegas, en condiciones de total objetividad, le hizo la vida imposible después, por razones totalmente subjetivas.
La reflexión de hoy es un canto a la perseverancia, especialmente a la perseverancia bajo tribulación, porque «la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza» (Rom. 5: 3-4, RVA). Perseverar significa ser constantes, tener tesón y firmeza en el cumplimiento de una meta válida presentada a Dios en oración. Perseverar no es solo no rendirse ante la presión hostil, sino encontrar la manera de convertir la oposición en combustible para avanzar en nuestro camino. Si tiene la bendición de Dios, de poco importa la oposición humana.
Permite que brille tu perseverancia en el uso de los dones que Dios te da, bien sea que actúes tras el telón o delante del telón. Y si esa manera tuya de brillar no es aceptada por personas con prejuicios, deja el asunto en manos de Dios.
«Exitosa es la persona capaz de asentar una base con los ladrillos que otros le han tirado». David Brinkley.
* Malcolm Gladwell, Blink (Miami: Taurus, 2005), pp. 253-256.