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Tengo una amiga que es un tanto peculiar. Cada vez que ve un automóvil haciendo una maniobra extraña (ir demasiado lento, girar en un sitio prohibido, detenerse con el semáforo en amarillo o cambiar de carril sin poner el intermitente), dice: «Mujer tenía que ser». Sí, has leído bien: tengo una amiga con «a». Y sí, has leído bien, lo que dice es: «¡Mujer tenía que ser!». Increíble pero cierto.
¿Cómo es posible que una mujer diga eso de otra mujer? Pues a mí no me lo preguntes, porque yo tampoco lo entiendo. Que los hombres sean machistas, me molesta; que las mujeres sean machistas, me molesta mucho más. Y sí, has leído bien, es mi amiga, no pienso borrarla de mi lista de amigas por ese motivo. Lo que sí pienso es matar dos pájaros de un tiro con esta reflexión: hacerla a ella replantearse este asunto y hacerte a ti pensar sobre tu propia actitud respecto a las diferencias de género. Y ver qué puedo aprender yo también.
Yo me niego a aceptar que el hecho de ser mujeres nos incapacite para manejar bien, para hacer un doctorado en matemáticas o para dedicarnos a la ingeniería industrial. Y me parece absurdo considerar que la educación infantil o la enfermería sean profesiones exclusivamente para mujeres. No hablemos ya de reírme de chistes sexistas; sencillamente, no me hacen gracia. Porque este tipo de cosas me remonta a unos tiempos en los que ni siquiera había nacido y, francamente, no le veo sentido a pensar en términos de la prehistoria cuando lo que me toca a mí vivir es el siglo XXI. Para mí, lo único que tiene sentido es vernos unos a otros como iguales (en dignidad y derechos, no en el sentido de «idénticos») y complementarios, precisamente porque somos diferentes. ¡Viva la diferencia! Dios nos hizo así. Debemos basar nuestro trato mutuo en el respeto y la dignidad del otro. Más allá de eso, cada uno busca el sentido y el propósito de su vida, porque es justo que así sea.
¿Cuál es tu manera de ser mujer en el mundo? ¿Ser científica? ¿Ser madre? ¿Quedarte soltera? No creo que tengas que pedir permiso. Solo asegurarte de que eso es lo que Dios quiere para ti, y de aplicar los valores del evangelio al camino que elijas.
Haber sido creada a imagen de Dios abre delante de ti muchas posibilidades de desarrollarte individualmente, de acuerdo a tus dones y fortalezas.
«Lo masculino y lo femenino no están en competencia. No se puede ver a ninguno superior al otro». Alberto Linero