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Lo Que Aprendí De Naamán

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«El camino de los justos es como la luz de un nuevo día: va en aumento hasta brillar en todo su esplendor» (Prov. 4:18).

Tras ser sanado de la lepra, Naamán confiesa: «Estoy convencido de que en toda la tierra no hay Dios, sino solo en Israel»(2 Rey. 5. 15). Es el comienzo de una nueva vida para él, pero ¿cómo continuarla?

Lo primero que hace es pedirle al profeta: «Permite que me lleve [...] tierra de Israel; porque este servidor tuyo no volverá a ofrecer sacrificios a otros dioses» (2 Rey. 5: 17). ¿Extraña petición? No tanto. «En aquellos tiempos, cada nación tenía su divinidad principal. [...] Aunque Naamán había reconocido que fuera de Israel no había Dios, no se había despojado por completo de la idea de que el Dios de Israel estaba ligado de alguna manera especial a la tierra de Israel. Quería, al regresar a su país, adorar a Dios sobre suelo israelita».*

Lo segundo que hace Naamán es rogar al Señor «que me perdone una cosa: que cuando mi soberano vaya a adorar al templo de Rimón, y se apoye en mi brazo, yo tenga que arrodillarme en ese templo» (2 Rey. 5: 18). ¿Por qué pide esto Naamán? Porque parte del trabajo que a él le correspondía hacer para el rey de Siria era darle su brazo como apoyo. Esto era también común en la época, como vemos en 2 reyes 7: 2 y 17 (RV95). Naamán sabía que le serían difíciles ciertas prácticas religiosas en su país, al menos al comienzo, pero como hombre de conciencia quería dejar claro su compromiso con el verdadero Dios.

Me pregunto cómo habrá progresado la vida espiritual de Naamán una vez de nuevo en su entorno, que no era nada proclive a los principios bíblicos. Me inclino a pensar que hubo una progresión aún mayor en su fe y en sus obras, porque así es como brilla la luz de la verdad: cada vez más intensamente a medida que aumenta el conocimiento. Por eso no debemos subestimar el punto del camino en el que se encuentran otros. Porque «¿dónde están los que un día no tomaron en serio los modestos comienzos?» (Zac. 4: 10, BLPH).

A veces tenemos prisa de ver frutos en nosotras o en los demás, pero no verlos inmediatamente no significa que no esté habiendo progreso, ni que no los veamos algún día. Haber elegido el buen camino es la garantía de que ese progreso llegará; pero las cosas grandes comienzan siendo pequeñas.

«Dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa o ir por el buen camino». Descartes.

* Comentario bíblico adventista, tomo 2, p. 874.

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