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Cuenta la doctora inglesa Clemency Mitchell* que, durante la Batalla de Inglaterra, de julio a octubre de 1940, el gobierno británico dio la máxima prioridad a la producción de armamento militar. Por ese motivo, los trabajadores de una fábrica de aviones se vieron obligados a trabajar setenta y cuatro horas a la semana. Sus cuerpos estaban al límite, lo cual generó que cada vez más gente comenzara a ausentarse del trabajo.
Cuando los gerentes de la fábrica vieron lo que estaba sucediendo, tomaron la decisión de reducir las horas laborales a sesenta y cuatro por semana. Lo que descubrieron fue una gran sorpresa: los niveles de producción no descendieron ni un ápice. A pesar de que todos y cada uno de los empleados trabajaban diez horas menos a la semana, la producción se mantuvo exactamente igual que antes.
Frente a estas cifras inesperadas, los gerentes decidieron probar algo más: redujeron las horas de trabajo a cincuenta y cuatro por semana, con la esperanza de levantar un poco la moral de su personal. La sorpresa fue todavía mayor: la producción aumentó un quince por ciento y, además, hubo menos piezas dañadas, menos accidentes laborales y menos ausentismo. ¿Será posible que haya que agradecer a una guerra que nos ayudara a descubrir algo tan esencial como que el arte de descansar forma parte del arte de trabajar? ¿Será que nos hace falta una crisis individual de salud (física o mental) para comprender que necesitamos equilibrio en todo en la vida?
Necesitamos encontrar el equilibrio entre trabajo y descanso. Necesitamos convencernos de que la productividad proviene de ese equilibrio, no de las muchas horas dedicadas a una actividad, pero sin desconectar nunca física, intelectual o emocionalmente. A esto nos ayuda, más que ninguna otra cosa, el mandamiento: «Observa el día sábado, y conságraselo al Señor tu Dios, tal como él te lo ha ordenado. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero observa el séptimo día como día reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo» (Deut. 5: 12-14).
Nuestro buen Dios nos conoce y nos guía hacia el equilibrio que necesitamos para afrontar la vida. Por eso, «solo en Dios halla descanso mi alma» (Sal. 62: 1, NVI).
«El arte de descansar forma parte del arte de trabajar». John Steinbeck.
* Su salud en sus manos (Doral, Florida: IADPA, 2020), p. 48.